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PEDID Y SE OS DARA

Crónica de la Reunión de Arcas de Argentina
Rosario, Santa Fe, Argentina, 22-11-08

A los integrantes del Arca de Rosario
por su amor y dedicación
a la Obra y a sus hermanos

En el pasado mes de noviembre, un viento solar descendió sobre Rosario y conmovió a toda la ciudad. A su paso, nada viejo quedó en pie. El soplo arrasó y desmanteló muchas de las estructuras antiguas e inútiles que todos cargamos sobre nuestras espaldas y encendió los corazones con un fuego nuevo, desconocido, absorbente, bellísimo y purificador.
Sucedió en primavera, en esta primavera del año dos mil ocho, la primera del tiempo de la resistencia.
Nunca me canso de mirar a Rosario en primavera. Es como un ave fénix que resurge de las cenizas del invierno y cambia los grises y los tonos descoloridos por el rosa brillante del lapacho primero, por el insondable azul del jacarandá después y por el amarillo profundo de las acacias más tarde. Los tilos, que en esta ciudad se podan en forma de corazones, la misma de sus hojas, reverdecen y se llenan de flores pequeñas, apenas visibles, pero que perfuman sus días y sus noches. Son un bálsamo consolador que nos hace olvidar la oscuridad del invierno y nos prepara para el rigor del verano, cada vez más pesado y exigente.
Sucedió en esta primavera extraña, distinta, extremadamente cálida y agobiada por los cambios del clima, en la que nos estábamos preparando para despedir a Giorgio quien, luego de una permanencia de dos meses, se disponía a regresar a Italia para cumplir una nueva etapa de Su Misión, tal vez la más difícil, tal vez la más peligrosa, tal vez la más cercana a su corazón.
La noticia de su visita nos hizo estremecer, no podíamos creerlo, era demasiado buena para ser cierta. Pero lo era, tan cierta como la Vida, tan verdadera como sus Sagrados Estigmas. El regalo me pareció excesivo, tanto que pensé que no lo merecíamos. Vi a mis hermanos felices, exultantes, jubilosos. Los vi reír y celebrar a la vez, emocionados casi hasta las lágrimas, como niños pequeños con un obsequio enorme e inesperado.
Y sentí al viento renovar los aires de la ciudad y traernos alegría, aún antes de Su llegada, como una respuesta a nuestro clamor interno, como un mensaje de la Vida. Lo sentí y lo aspiré, dejando que llegara a cada una de mis células, con su perfume de flores, con su esencia de tilos, con la tibieza del sol. La brisa consoladora tocó nuestros corazones y renovó nuestra fe, nuestra energía y nuestra entrega.
Pero la tarea no era fácil y nos dimos cuenta de ello a poco de empezar. Teníamos escasos días para encontrar un salón con capacidad para doscientas personas o más, para celebrar la reunión de Arcas, otro salón para la cena con una capacidad semejante, donaciones para el menú que íbamos a servir, hoteles para casi cuarenta personas, lugares para instalar y atender a los hermanos que iban a venir, y así muchas cosas más.  
Y todo ello en lo más alto de la temporada, cuando en Rosario es imposible conseguir una sala, un auditorio o un salón para fiestas ni abonando altísimos precios. El tema se nos iba de las manos y nuestros recursos eran exiguos para hacer frente a tanto. Mi preocupación estaba llegando al límite, tanto que ya pasaba casi a ser desesperación y había logrado quitarme el sueño. Las temperaturas cada vez más altas, inusuales para la época, no ayudaban a calmar los ánimos.
Y fue en una de esas noches en que no lograba conciliar el sueño cuando recordé unas palabras de Giorgio, pronunciadas en diciembre del 2007, en Montevideo:

“Hoy tengo que darles un mensaje muy importante.
Es un mensaje del Padre, y quiero que lo escuchen con atención.
Lo primero que debo decirles es que el año que dentro de pocos días va a dar comienzo, será un año de decisiones muy importantes.
El Padre, en su infinita generosidad, le quiere advertir a sus hijos que les esperan pruebas muy difíciles. Difíciles y sutiles a la vez, cada vez más sutiles.
Si vuestra fe, vuestra disponibilidad y vuestra aceptación responden positivamente, las pruebas serán leves y terminarán ni bien comiencen. Si no es así, se volverán durísimas.
Si piden cosas materiales para destinarlas o para utilizarlas en Su Obra, el Padre les dará mucho más de lo que pidan. Si piden cosas para ustedes, el Padre les sacará aún lo que ahora tienen”.

Fue entonces cuando comprendí que habíamos equivocado el camino, que lo primero que debía haber hecho era pedirle al Padre todo lo necesario para organizar lo que entonces todavía se llamaba “Reunión de Arcas de Argentina” y que luego pasó a tener carácter internacional por la invalorable presencia de los hermanos de Paraguay, de Uruguay y una hermana que vino desde los Estados Unidos, otro regalo que nos hizo el Cielo al enviarnos a todos ellos.
Esa noche, cada vez más despierta y, en la certeza que no iba a conciliar el sueño, me puse a hacer la lista de todo lo que iba a pedir. Al amanecer, la misma estaba terminada y, a decir verdad, ni me animaba a repasarla para ver si faltaba algo por lo extensa que era y lo desmedida que entonces aparecía ante mis ojos.
Mentalmente, había marcado un punto en el lugar donde se encuentra el Arca de Rosario y, a su alrededor, un círculo imaginario que abarcaba alrededor de diez cuadras a la redonda. Para facilitar las actividades y los desplazamientos, dentro de ese círculo debían ubicarse el hotel de Giorgio, los otros hoteles, los departamentos que íbamos a alquilar, el salón para la reunión de Arcas y el salón para la cena. El salón para la reunión de arcas y el de la cena debían ser limpios, prolijos, cómodos y sobre todo, gratis. Los alimentos para la cena debían ser donados, para poder juntar algunos fondos para la misión de Giorgio. Y así muchas cosas más que no viene al caso enumerar una por una, como por ejemplo la energía para llevar a cabo el trabajo sin descuidar las tareas cotidianas, la disponibilidad de horarios de todos y la alegría para trabajar unidos.
Al amanecer, justo cuando iba a tomar coraje para pedirle al Padre todo lo detallado en  la lista, sin proponérmelo me quedé dormida. Me desperté dos horas después, con mucho sueño, pero a diferencia de la noche anterior, estaba totalmente tranquila. Me preparé una taza de té y, como todo hijo que sabe que está en falta porque hizo las cosas mal, totalmente consciente de mi error inicial y sobre todo, debido a la magnitud de mis pretensiones, en vez de dirigirme al Padre, con un poco de vergüenza acudí al cálido y comprensivo regazo de la Madre, solicitando su auxilio y su apoyo para mi extensa lista de requerimientos.
A las ocho de la mañana de uno de los primeros días de noviembre, sentada en la cocina de mi casa y ante una taza de té, empecé a leerla. Leía un punto y aclaraba: “Madre querida, es para Giorgio, Él se merece esto”. Y de pronto empecé a reírme. No sé de qué me reía, si por lo absurdo de la situación, por mis infantiles explicaciones, o por alguna causa desconocida, pero ante cada petición pedía disculpas, aclaraba que lo solicitado era para Giorgio, la leía y después me volvía a reír. A pesar de tener una gran tarea por delante y sin nada concreto en las manos para llevarla a cabo, mi estado de ánimo había cambiado y ahora era positivo, seguro, excelente.
Ese mismo día relaté a los que estaban en el Arca lo sucedido y, ya con otra forma de ver las cosas, retomé el tema de la organización. Pero cada vez que recordaba lo que había hecho, no podía dejar de sonreír. Solo dejé de hacerlo cuando a las cuarenta y ocho horas de formulado el pedido al Padre, con la intercesión de la Madre de por medio, todo lo solicitado había sido atendido favorablemente.
Ante el asombro de todos los demás y, en especial del mío propio, en tan poco tiempo habíamos conseguido todo lo necesario para la organización y, de ahí en más, no cesaron de llegarnos cosas no solamente no pedidas sino que a veces ni siquiera imaginadas, todas por añadidura.
En ese breve lapso de tiempo estuvieron a nuestra disposición un cómodo salón para la reunión de Arcas, el salón para la cena, las donaciones de los alimentos, el hotel para Giorgio que hasta el día anterior estaba completo y sin habitaciones disponibles y, como si esto fuera poco, con un descuento cercano al sesenta por ciento en el precio, los otros hoteles, las casas y los departamentos que necesitábamos, diferentes premios para los sorteos de la cena y tantas cosas más que mi lista resultó pequeña. Y cuando tomé nota de las direcciones ¡todos los lugares estaban ubicados dentro del radio solicitado!
Fue una verdadera lección, una que recordaré por siempre.
Fue una enseñanza que me aclaró muchas cosas, pero que por sobre todo me trajo a la memoria aquellas palabras del Evangelio de Lucas que dicen “si tuvierais fe como un grano de mostaza, habríais dicho a este sicómoro: "arráncate y plántate en el mar", y os habría obedecido”.
Porque la mayoría de las veces, el camino hacia una meta o hacia la solución de un problema es mucho más simple de lo que pensamos. Somos nosotros los que lo hacemos difícil al no buscar el modo correcto de
proceder.
Somos nosotros los que vivimos pensando en lo que no tenemos, los que a menudo nos consideramos pobres o privados de los medios suficientes, cuando en razón de verdad tenemos al que todo lo provee dispuesto a darnos lo necesario y aún más, para realizar lo que Él desea que hagamos.
Somos nosotros los que no tenemos la fe que se precisa para trascender las ilusorias realidades humanas, todas ellas pertenecientes al mundo material.
Somos nosotros los que no creemos, y es eso y nada más que eso lo que nos empequeñece, lo que limita nuestro accionar, lo que nos hace perder el estado de conciencia necesario para enfrentar el tiempo que nos toca vivir.
En mi caso lo confieso y lo acepto sin vergüenza, y le pido al Cielo la ayuda necesaria para no recaer en el mismo error.
Porque es fácil decir pero no lo es tanto hacer. Y yo, justamente yo, no tenía derecho a olvidar, ni por un segundo lo que el Padre nos prometió hace un año atrás y Giorgio nos los transmitió en Montevideo. Me refiero a aquello de:

“Si piden cosas materiales para destinarlas o para utilizarlas en Su Obra, el Padre les dará mucho más de lo que pidan”

Porque fui yo quien al encender el año pasado la vela que Giorgio había bendecido en Buenos Aires le pedí al Padre una casa para el Arca de Rosario.
Tal vez sea este el momento de aclarar el tema de las velas que la mayoría no conoce. Desde hace muchos años, más de diez pero no sé exactamente cuántos, el Arca de Argentina se reunía todos los meses en Las Parejas y, para la última reunión anual se elegía el ocho de diciembre, día de la Virgen. Todos los años yo llevaba velas de color azul, amarillo, rosa, blanco, verde, naranja y violeta, las que, una vez pedida la Bendición a la Virgen, eran repartidas entre todos los asistentes. Mi intención siempre fue que cada vela se encendiera en el tiempo del Adviento, incluso el mismo día de la Navidad, en agradecimiento a nuestra Santa Madre por todo lo que de Ella recibíamos.
El año pasado, en Buenos Aires, en la noche del siete de diciembre, Giorgio tuvo la generosidad de bendecir Él, personalmente, las velas que todos los hermanos del Arca de Rosario habían envuelto amorosamente y que yo había llevado.
Días después, en Montevideo, escuché el Mensaje del Padre y al regreso, les dije a todos que debíamos pedir una casa desde la cual pudiéramos desarrollar mejor la Obra.
Y lo hice, tal como el Padre nos había indicado. Al encender la vela en Navidad, al agradecimiento a la Madre le agregué el pedido de una casa para el Arca de Rosario. Y en ese momento no tenía la menor duda de que la íbamos a tener. Y muy poco tiempo después, en los primeros días de febrero, la tuvimos.
Sí me admiró, y todavía me admira, la generosidad del Padre al darnos tanto más de lo pedido, al punto que al principio pensé que no lo merecíamos. Pero luego me di cuenta de mi error: no somos nosotros los que merecemos nada, es Él, el dueño de todo, el que decide qué lugar elige para Su Obra. O para la Obra de Giorgio, que es quien tan bien la lleva adelante y la hace crecer segundo a segundo, todo y siempre para la Gloria del Padre.
A nosotros solamente nos es concedida la generosa oportunidad de colaborar con un grano de arena en una Obra eterna e infinita.
Y de colaborar en este tiempo que, como lo dije hace poco, es el tiempo de todos los tiempos.
Porque Aquél que regresa a buscar a su rebaño ya camina calladamente entre nosotros. Su voz silenciosa no se escucha en medio del ruido disonante producido por esta humanidad de corazones áridos, estériles, vacíos de amor y de compasión. Su energía no siempre se percibe desde nuestra sensibilidad debilitada y contaminada con los impuros residuos humanos. Y su retorno no se anuncia por los medios de comunicación que corrompen y desinforman a la sociedad. Pero Él anida en el corazón de todos los que se ofrecen y le dicen al Padre: aquí estoy, en el servicio, para que se haga Tu Voluntad.
Porque si Su Voluntad nos dio la Vida, Su Voluntad guiará nuestros pasos hasta el día en que seamos capaces de estar ante Él conscientemente.
Entonces ¿por qué no creemos? ¿Por qué flaquea nuestra fe? ¿Por qué nos sentimos pobres si Él pone
todo a nuestra disposición? Hemos llegado a un punto del camino desde el cual ya no podemos retroceder.
El Cristo nos llama y nos necesita a todos. Su presencia es cada vez más sensible y no nos queda sino avanzar.
Debemos, de una vez por todas, tomar conciencia de ello y prepararnos rápidamente para dar pasos mayores. Porque los días se acortan pero la luz de cada aurora nos trae un nuevo comienzo y un nuevo mensaje y la del atardecer nos deja la capacidad para transformar todo aquello que debe ser renovado.
La armonía de la Madre ya se asoma en los ojos de todos aquellos que en oración se ofrecen desinteresada e incondicionalmente al servicio. Y es el servicio la oración más pura, la que ayuda a la Tierra a liberar y a transmutar todas sus imperfecciones. Y hablo del servicio porque estamos en el mundo para ayudar, no para recibir ayuda.
Pero también es imperioso descubrir y practicar la oración interna. Aquella que actúa como un puente entre lo más Alto y lo más bajo, pues ya se nos enseñó hace mucho que no sólo de pan vive el hombre. La oración es un estado de vínculo interior en el cual solamente existe la búsqueda para ir al encuentro del Camino, de la Verdad y de la Vida.
Porque muy pronto estaremos ante el final del Camino es este ciclo, y entonces el silencio de la Verdad resonará más fuerte que el sonido del trueno más poderoso, pero está reservada para los que tengan fe en el poder de la acción invisible y amen la Vida.
Ya se perciben con claridad los tiempos difíciles que le aguardan a la humanidad. Sin embargo también se percibe en nuestro interior la alegría del encuentro, que la Justicia del Padre reservó para los que aman a Su Hijo y buscan Su Luz.
Es ahora, en el tiempo de la resistencia, cuando cada día debemos vencer una batalla interior. Si lo logramos, nuestra vibración se elevará y deberemos entonces prepararnos para una batalla más sutil, y así sucesivamente. Ya no podemos demorarnos o detenernos. O avanzamos o nos caemos.
La reunión de Arcas del veintidós de noviembre pasado fue una Comunión Crística, un regalo más que el Padre, a través de Su Hijo, nos concedió magnánimamente a todos los que estuvimos presentes en ella, físicamente o en espíritu. El regocijo de nuestra donación era fácil de percibir, nuestros espíritus manifestaban su entrega al Cristo y así, el misterio de la comunión pudo consumarse.
Las notas ya sonaron, las señales ya fueron dadas y el agua viva de la Madre que ya corre en dirección a la Fuente, ese día bañó nuestros espíritus y lo podíamos percibir casi materialmente.
El fuego del Padre, el que va a transmutar hasta el último átomo de este planeta y hasta la última de nuestras células, nos envolvió en una llamarada de amor.
Silenciosamente, ese día prometimos seguir en el servicio, pero para poder hacerlo en la forma en que Él lo requiere, primero debemos tomar conciencia de la Vida, la verdadera, la que trasciende el nivel de la materia y nos eleva a los mundos sutiles que esperan, desde hace tanto, nuestra respuesta.
Silenciosamente, ese día prometimos obedecer, porque la obediencia se hace cada vez más necesaria, imprescindible, me atrevo a decir. Por ella debemos estar en el Cristo y su Enviado, así como Ellos están en el Padre. Y este reencuentro con nosotros mismos, este reconocimiento de lazos profundos e invisibles, establecerá una alianza que nada ni nadie podrá destruir.
Silenciosamente, ese día prometimos acallar las dudas y reemplazarlas por el silencio, para que nuestra mente y nuestro corazón se vuelvan transparentes y se colmen de la energía pura y amorosa que nuestra tarea requiere, para así unirnos y consagrarnos al Padre.
Silenciosamente, ese día prometimos ser firmes cuando nos toque rechazar al mal. Porque la tentación nos acecha en cada esquina, en cada palabra, en cada grieta. Los sentimentalismos son inútiles y solo abren la puerta a las pruebas que son cada vez más sutiles. Ser condescendientes nos puede hacer sentir buenos y generosos, pero debemos tener presente que le estamos facilitando la tarea a las fuerzas materiales que nos rodean y nos tientan.
Silenciosamente, ese día prometimos no alimentar el conflicto, no permitir la desarmonía, para no desafiar a un enemigo que es tan sutil como poderoso, y ante el cual no tenemos defensa, porque lo convocamos nosotros mismos. ¿Y para qué desafiarlo tontamente, sabiendo que vamos a perder, cuando tenemos en nuestras manos las poderosas herramientas que el Cristo nos dejó con Su Sacrificio?
El amor que seamos capaces de sentir y manifestar a los demás nos protegerá del mal y nos dará la llave para estar en entrega y sintonía con los mundos inmateriales, los mismos que parecen tan lejanos e inaccesibles pero que están aquí nomás, a nuestro alcance.
Silenciosamente, ese día prometimos dejar de una vez y para siempre la curiosidad, la envidia y el sentimiento de inferioridad que estimulan y abren la puerta a las fuerzas adversas.
Silenciosamente, ese día prometimos dejar de pactar con el juego de los hombres y caminar solamente
con aquellos que pueden seguir sin retardar el ritmo de la marcha. Ya vendrán los demás a su tiempo y pasarán por las puertas que seamos capaces de dejar abiertas.
Silenciosamente, ese día confirmamos nuestros votos y prometimos permanecer fieles a Giorgio y a Su Obra.
Silenciosamente, ese día sentimos y compartimos la alegría de la unión.
Por todo ello y por tanto más, quiero dejar escrito mi más profundo agradecimiento a todos los hermanos que, desde lugares tan distantes, acudieron a celebrar esta maravillosa Comunión Crística en Rosario.
Es por ellos, y solo por ellos, que nuestros esfuerzos tuvieron razón de ser y nos sentimos muy felices de haberlos recibido.
Para terminar, quiero manifestar mi eterno agradecimiento a todos y cada uno de los integrantes del Arca de Rosario. Es para mí un honor y un privilegio trabajar a su lado.
Porque de ellos recibí la lección más importante de los últimos tiempos.
Porque ellos no hablan del amor, aman; no explican el servicio, sirven; no exponen ni dan clases teóricas sobre la disponibilidad, están siempre disponibles.
Ellos entienden la Obra de Giorgio de manera integral y no importa a qué parte de Ella corresponda el servicio, y tampoco importa si les gusta o no lo que deben hacer, simplemente lo hacen.  
Ellos son, para mí, un modelo y un ejemplo al cual seguir.
Por eso, quiero terminar esta crónica con las palabras de una canción de Teresa Parodi, que los retrata tal y como son.
Con todo mi amor para ellos, mis compañeros del camino.

Mis compañeros

Mis compañeros
beben el vino manso del pueblo
cantan canciones de amor y guerra
tan ardorosas como sus sueños.

Mis compañeros
inquebrantables, puros, sinceros
como quijotes jamás vencidos
tiran abajo molinos viejos.

Dejan el alma en todo momento
en lo infinito del sentimiento
con alegría casi insolente
mientras construyen días tras día
las esperanzas de tanta gente.

Sin concesiones, sin aspavientos
pero entregándose por entero
van por la vida, mis compañeros.

Mis compañeros
de las canciones y el pensamiento
de las batallas y los esfuerzos
por el futuro que merecemos.

Mis compañeros
de la poesía y la justicia
de las banderas y las consignas
del amor por todo ¡qué maravilla!


Inés Lépori
Rosario, Santa Fe, Argentina
2 de diciembre del 2008