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ines“Non nobis Domine
Non nobis
sed Nomine tuo da gloriam
(No a nosotros, Señor, no a nosotros,
Sea a Tu Nombre toda la Gloria)

Para Raúl Bagatello y Gabriela Furlani
dos seres al servicio del más puro amor

Non nobis domine, porque nada es nuestro y todo Te pertenece

Nada es nuestro, ni las tinieblas que nos rodean ni la luz de la mañana que aún no alumbraba cuando nos reunimos en el Arca de Rosario en la madrugada del pasado viernes tres de abril. Una lluvia mansa, apenas tibia, caía suavemente sobre nuestras cabezas apurando nuestros pasos hacia el encuentro. Nos habíamos dado cita muy temprano para partir juntos hacia Capilla del Monte. Un estado de ánimo muy especial podía percibirse en todos y cada uno de nosotros. Era una mezcla de alegría, emoción y ansiedad en los que nos íbamos y había una clara desazón en los que no podían viajar pero que, igualmente, estaban allí para despedirnos y desearnos buen viaje.

Non nobis domine, porque hasta el amor que sentimos es Tuyo

En ese amanecer, reunidos en el salón del Arca, me di cuenta que un universo entero de sensaciones y expectativas nos inundaba. Habían pasado treinta días desde el viaje anterior al mismo lugar y durante todo ese tiempo no habíamos hecho otra cosa que soñar con el regreso. Es más, antes del viaje de marzo ya hablábamos de nuestro próximo viaje en abril. 
Pero no se trataba simplemente de un sueño más, ni de un viaje más, ni siquiera de la necesidad de volver a ver a tantos hermanos como sabíamos que íbamos a reencontrar. No, era algo muy distinto, era la fuerza de un llamado poderoso que comenzó a resonar en nuestro interior tiempo atrás y que con el paso de los días se fue haciendo cada vez más fuerte, más urgente, más cierto. 
Era la fuerza de un amor poderoso, el más puro y más bello de todos, el que liga, consolida, equilibra y unifica todo lo manifestado, la argamasa que mantiene cohesionadas todas nuestras células y las del planeta en que vivimos.

Non nobis domine, porque solo Tu nos das la esperanza

Los días transitados en ese tiempo de espera y de vigilia fueron también muy especiales. Porque no fue un tiempo inmóvil, ni tranquilo y mucho menos vacío. Fue una espera activa, movilizante, que guardaba en su interior la certeza de un tiempo de preparación, la convicción de estar recorriendo un camino hacia momentos decisivos, perentorios, concluyentes.
Todos sabíamos que debíamos estar preparados para esos días, y sabíamos también que la preparación era más interna que externa, pero la fuerza del llamado era tal que a la vez sentimos la necesidad de acudir a la cita con clara conciencia de lo que ello significaba y con un profundo respeto hacia la responsabilidad que íbamos a asumir.

Non nobis domine, porque sólo Tu amor nos une y bendice

La lluvia se hizo más fuerte y, en esa oscura madrugada de otoño, humedeció nuestras manos y nuestros ojos mientras nos despedíamos. Retuve mucho tiempo la imagen de Andrés, parado en la puerta del Arca, diciéndonos adiós con tristeza al vernos partir.
El mes anterior habíamos sido doce los que acudimos a la sanación espiritual que todos meses realiza el querido Raúl Bagatello en un lugar cercano a Capilla del Monte, en medio de las sierras cordobesas, de un paisaje manso pleno de piedras y espinillos, de un silencio que resuena muy fuerte, que nos habla desde las profundidades de los tiempos, que nos deja escuchar los sonidos de la tierra. Ahora éramos quince los viajeros, pero muchos de aquellos doce del mes anterior esta vez no estaban y si bien sentíamos su ausencia, a la vez guardábamos su presencia en nuestro corazón.
Estaban ahí, en nosotros, en nuestros recuerdos permanentes y en nuestro amor desbordante, que se hacía, con el paso de las horas, enorme, indestructible, insondable, contagioso, imposible de contener o dominar.

Non nobis domine, porque sólo Tu luz nos guía

El aguacero nos acompañó durante la primera parte del trayecto y hasta que los primeros rayos del sol empezaron a aparecer en el horizonte. Cuando nos detuvimos a desayunar el día ya había cobrado toda su luz y se mostraba espléndido. Atrás habíamos dejado la lluvia, el cielo gris y el naciente clima otoñal de abril. La cálida luz que ahora nos envolvía reflejaba el comienzo de un momento muy especial. Pisé la hierba húmeda que crecía al lado del camino y la fuerza de la Tierra me inundó y se unió en hilos invisibles con la que descendía de los rayos del sol.
Supe entonces que la experiencia de esos días no iba a comenzar en Capilla del Monte, había empezado mucho antes y a cada momento se hacía más clara y más consciente. Sentí que una energía poderosa nos acompañaba y a la vez nos transportaba a nuestro destino. Nada estaba en nuestras manos, solamente debíamos abandonarnos en los brazos del Padre y permanecer alertas, para escuchar y aceptar Su Voluntad cada vez que fuera preciso hacerlo. La parte final del viaje, el último gran viaje, había comenzado y la preparación para lo por venir era cada vez más intensa.

Non nobis domine, porque Tu sacrificio nos dio la Vida.

El resto del camino nos dedicamos a hablar de Giorgio, de Su Misión, del inminente retorno del Maestro Jesucristo y de nuestras obligaciones para con la Obra. Nos acompañaban en este viaje Matías y Gastón, de quince y veinte años respectivamente, dos jóvenes muy bellos, dos verdaderos hijos del Cielo, incorporados hace muy poco tiempo al Arca y que por primera vez se iban a encontrar con hermanos de otros lugares. En cierto momento miré a Matías, profundamente dormido a mi lado e imaginé que quizás soñaba con Giorgio, o con un mundo más bello que el que ahora le ofrecemos y sentí una inmensa ternura por él y a la vez una gran tristeza por esta humanidad perversa que corrompe y abandona a sus hijos, en una significativa renuncia al futuro, pero que sin embargo se ilusiona vanamente creando un Dios a su imagen y semejanza, todo amor y bondad, símbolo del amor y también del perdón de todos los pecados, no importa lo graves que sean.
Recordé el Sacrificio de nuestro Señor Jesucristo. Pensé que se hace cada vez más urgente abandonar los oscuros laberintos de la actual situación humana para así poder encontrar la estrecha puerta que nos lleve hacia una nueva etapa, llena de luz y de amor. Porque la conciencia humana es el eslabón que une al Cielo con la Tierra y debemos ser capaces de expresar, a toda hora y en cada circunstancia, el sentido evolutivo de la Vida.
Porque muy pronto las aguas lavarán la atmósfera y el fuego del interior de la Tierra emergerá y hará desaparecer entre sus llamas las oscuras nubes generadas y perpetuadas por la conducta humana. El seno de nuestra Madre se abrirá y de él surgirá el diamante que aguarda el momento de la revelación. Horizontes mucho más amplios que los actuales quedarán expuestos a los ojos de los que puedan ver y lo que una vez fue anunciado se cumplirá. Porque muy pronto, cuando la oscuridad sea cada vez mayor, solo podremos alumbrarnos y persistir con la luz del espíritu.

N
on nobis domine
, porque todo es tuyo, el río y la montaña, el este y el oeste, que existen solo para alabarte

Cuando llegamos a Capilla del Monte le energía de la marcha ya nos había envuelto por completo. Era apenas el mediodía y el aire fresco de las sierras nos dio de lleno; me pareció que las montañas nos observaban, que estaban vivas a pesar de su quietud, que transmitían una voluntad poderosa y que el viento nos hacía llegar su voz.
El llamado interno no se hizo esperar; algunos salieron a caminar por los caminos serranos, otros decidieron descansar un rato. Nos hospedamos en unas cabañas que están ubicadas en una de las zonas más altas de la ciudad, lejos del centro y justo frente al majestuoso Cerro Uritorco. No era la primera vez que íbamos a ese lugar, pero la energía que tiene el mismo nunca deja de admirarme, al igual que el significativo silencio que lo rodea y la notable quietud que lo pondera. Tal vez deberíamos intentar ser más como la montaña y aspirar a la quietud interna,  para así ser capaces de dirigir luego este resplandor hacia fuera. 
Pasada la media tarde, con las sombras alargadas y los últimos rayos de sol iluminando los cerros, salimos de Capilla del Monte y tomamos el camino de montaña que conduce a la casa de Miguel Marín y su esposa Nena, dos seres muy importantes en la vida de servicio de Raúl Bagatello. La temperatura inusualmente alta para esta época del año nos recordaba permanentemente la desarmonía que reina en el planeta y los cambios que lo afectan en todos los órdenes.
La ruta, habitualmente tranquila y hasta solitaria, estaba llena de autos que tenían, en su gran mayoría, el mismo destino que nosotros. Al costado de la misma hay un pequeño río de aguas claras y cristalinas, con un lecho de piedras similar al de todos los ríos de montaña, que corre protegido por arbustos espinosos que crecen entre los árboles. El agua fresca, al moverse entre esas piedras, produce un agradable murmullo que aquieta hasta las emociones más intensas. Junto al camino y al río, al pie de las sierras, la gente del lugar ha construido varias grutas, todas dedicadas a la Virgen de Lourdes, a la que aman con veneración. La bella imagen de nuestra Santa Madre, sorprende gratamente a los visitantes en varios recodos del mismo. El día había sido muy bueno pero el regalo que nos ofrecía ese atardecer lo superaba largamente. Las primeras estrellas comenzaron a brillar y ya era casi de noche cuando llegamos a la casa de Miguel y Nena. Regreso a casa, leí cuando llegamos a la entrada, una frase poderosa, una frase que despierta la nostalgia dormida en nuestros corazones.

Non nobis domine, todo para Ti, que nos miras desde los ojos y nos tocas por las manos de nuestros hermanos

El recibimiento al llegar a la casa de Miguel Marín fue tan cálido como siempre. Desde antes de descender del auto pude ver a los integrantes de Funima trabajando en todo el lugar, ocupándose de todos los detalles, atendiendo a los demás. Con el riesgo cierto de incurrir en olvidos involuntarios y odiosas omisiones quiero, no obstante, mencionar a las primeras personas que se acercaron a recibirnos esa noche, y a través de ellos expresar mi admiración y agradecimiento a todos los miembros de la Fundación. Recuerdo a Silvia Cameli, siempre tan atenta y amorosa, incansable en su papel organizativo, a Jorge y Dora Abrudsky y a sus hijos Ada y Martín, al Nono Edgardo y su esposa Norma, y después tantos y tantos más que habían venido desde muchos lugares. Al mirar el número para el turno de la sanación del día siguiente que me entregó Silvia recibí la primera sorpresa; el mes anterior me había tocado el 110, ahora, a pesar de haber llegado casi a la misma hora, me tocó el 219, primera señal clara e inequívoca de la magnitud de esta convocatoria.
Casi de inmediato encontramos a Raúl, estaba saludando y hablando con los presentes, ya en camino hacia el lugar donde todos los meses, el día anterior la sanación, transmite valiosas enseñanzas que preparan y armonizan a los asistentes para la asistencia espiritual del día siguiente. El lugar estaba tan lleno de gente que casi no se podía pasar. Después de grandes esfuerzos, pudimos ubicarnos a la izquierda de la entrada y casi de inmediato Raúl comenzó a hablar.

Non nobis domine, todo para Ti, que nos hablas por boca de Tus hijos

Porque eso fue lo que escuchamos la noche del tres de abril, mensajes que descendieron sobre nuestros espíritus en forma de enseñanzas. La experiencia fue tan enriquecedora que las palabras nos trajeron un bálsamo vivificante de luz y de amor.
En el viaje hacia Capilla del Monte, Matías y yo acompañamos a Martín y a su esposa Ana. Durante gran parte del mismo intercambiamos dudas, preguntas e inquietudes sobre temas varios, entre los que recuerdo: la real dimensión de Giorgio, Su Misión en este tiempo, su enorme humildad, la necesidad de reconocerlo por quien verdaderamente es, la grandeza de algunos seres que lo acompañan desde siempre como Raúl Bagatello y Juan Alberto Rambaldo, nuestro compromiso interior, los difíciles momentos que va a vivir el planeta, la correcta forma de conducirnos en este tiempo, la imprescindible unión de todos, la lealtad incondicional que debemos manifestar en todo momento, la reencarnación, la tercera parte del Mensaje de Fátima y su ocultamiento por quien debía difundirlo, el pacto de silencio, el ocultamiento de la verdad, la ley de causa y efecto, el sufrimiento de nuestra Madre Celeste y el regreso del Cristo.
Cuando Raúl empezó a hablar, comprobé con asombro que lo que estaba escuchando hacía referencia a todos y cada uno de los temas conversados en el viaje, lo cual consideré como la respuesta del Cielo a nuestras preguntas y estoy segura que lo mismo les pasó a todos los asistentes de esa noche. Lo cual me recordó que nunca se nos niega el conocimiento cuando la pregunta es sincera, cuando tiene la dirección correcta y un propósito evolutivo, y para encontrarlo solo es preciso tener ojos para ver, oídos para escuchar y la disposición necesaria para prestar atención a lo que se nos dice.
Porque Dios nos habla permanente a todos, en la palabra de Sus hijos y en el silencio, en el canto del ave y en la esencia de la flor, en la alegría y en la tristeza, en las señales divinas y en las acciones humanas.
Fueron tres horas que se nos pasaron muy rápidamente. La energía del momento hizo que pudiéramos aguantar de pie todo ese tiempo, sin cansarnos y sin pensar siquiera en sentarnos. Esa noche, la Virgen extendió su manto celeste sobre nuestras cabezas y el Cristo caminó entre nosotros. Nadie pudo permanecer indiferente, nadie quería que el momento terminara, nadie lograba contener la emoción. Palabras de vida nos dieron la certeza de que nunca estamos solos y que únicamente nos resta seguir unidos hacia la meta.
Algunas palabras nos conmovieron mucho y otras nos anunciaron cambios próximos y definitivos; recuerdo que, cuando Raúl nos hablaba de la adversa situación planetaria y también del dolor de nuestra Madre por la extrema realidad que hoy vivimos, ese dolor me traspasó el corazón como un rayo. Y cuando inmediatamente después escuchamos que la Virgen nos pedía que el domingo por la mañana todos juntos rezáramos un rosario, comprendí que el momento era más grave de lo habitual. Porque repetidamente se nos pide que hagamos algo a favor de la vida, que llevemos adelante una causa justa, pero no recuerdo que se nos haya pedido que nos reuniéramos a rezar. Fue un signo más, una señal de atención, en este tiempo caracterizado por los signos y las señales.
Se nos dijo también esa noche que era necesario estar preparados para los días siguientes, porque íbamos a vivir y a escuchar cosas muy importantes. Con esta certeza regresamos a Capilla del Monte, desandando el camino que habíamos recorrido por la tarde, ahora con un cielo lleno de estrellas que formaban figuras refulgentes sobre nosotros y con un sentido de unión y de pertenencia muy intenso en nuestros corazones.
Ese sentimiento se mantuvo durante toda la cena y, si bien era muy tarde y estábamos despiertos desde muy temprano, nos costaba despedirnos para ir a descansar. De regreso a nuestras cabañas, al pie del Cerro Uritorco, cuyo contorno se divisaba nítido bajo la luz de una hermosa luna creciente, todavía nos quedamos un rato sentados en los jardines para asimilar las inefables experiencias vividas ese día.

Non nobis domine, todo para Ti, hoy como hace dos mil años, porque aquéllos que te creyeron son éstos y éstos son aquéllos.

La mañana del sábado despuntó espléndida y nos dedicamos a disfrutar del aire fresco de las sierras y a caminar al pie del cerro. Por la tarde, regresamos al lugar donde estaba Raúl dispensando una exquisita y benéfica energía espiritual desde la mañana muy temprano. Cuando entré me sentí culpable por aumentar su esfuerzo y, si bien a Raúl se lo veía espléndido y sin rastro de cansancio, no me creí con derecho a exigir tanto. Cerré los ojos y un agradable calor me envolvió de inmediato. Fueron muy pocos segundos, pero suficientes para toda una vida. Cuando los abrí intercambiamos unas palabras y de repente, no sé cómo ni por qué, estábamos los dos riendo de algo que habíamos dicho. Le agradecí el sacrificio que hacía por todos nosotros y me retiré, todavía riendo y con una alegría tan cierta y profunda que no podía explicar. Supe después por Gabriela que Raúl permaneció desde las primeras horas de la mañana y hasta después de la medianoche de ese sábado asistiendo espiritualmente a todos los que se acercaron, que fueron trescientas setenta y una personas exactamente las que acudieron a él.
Afuera, en el galpón ubicado al lado de la casa, estaba Juan Alberto mostrando videos de Giorgio y respondiendo a todas las preguntas que se le hacían, también desde las primeras horas de la mañana. Nos acercamos a él y luego de saludarlo, nos pusimos a escuchar sus palabras, llenas de verdades eternas. Fueron enseñanzas con un alto contenido filosófico, que nos siguieron preparando para ver con los ojos del espíritu, para encontrar el camino a la sabiduría que nos va a decir el modo correcto de actuar en estos difíciles y decisivos momentos.
Siempre envueltos en la honda burbuja de amor celeste que desde hacía unas horas nos había alejado del mundo, que había vuelto remotas e intrascendentes las cuestiones cotidianas y que, por otro lado, nos había dado una plena conciencia del momento que estábamos viviendo, llegamos al final de ese día sábado cuatro de abril que nos dejó colmados de fe y agradecimiento por todo lo que habíamos recibido hasta entonces.
Recordé que ese mismo día, y en las mismas horas que compartimos juntos, Giorgio daba una conferencia en Sicilia, en el Hotel Mosé de Agrigento, la que tuvo por título “El Tiempo de los Signos. Mensajes del Cielo a la Tierra” y como tema central la figura del Maestro Jesucristo, Sus enseñanzas, Su real naturaleza de personificador de la justicia además del amor y Su prometido retorno.
Imaginé al Maestro junto a Giorgio, con cuerpo de luz dorada resplandeciente, tal como se manifestó en la foto tomada en el Lago Tiberíades, en cuyas orillas caminó tantas veces y obró tantos milagros.
Y le agradecí a ambos su presencia junto a todos nosotros, en el corazón de nuestro país y junto a dos de sus apóstoles que están hoy, en el final de los tiempos, a Su servicio, tal como lo estuvieron al principio de los mismos.
Porque los últimos fueron y serán los primeros.

Non nobis domine, todo para Ti, que bendices y das Vida Eterna a los que te aman

El domingo cinco de abril, a la hora señalada, llegamos a la gruta de la Virgen de Lourdes donde íbamos a rezar el rosario, ceremonia previa al bautismo previsto para un rato después. Una vez finalizada la oración, Raúl, que se había retirado hacia las orillas del río, volvió con un mensaje de la Virgen, que puede resumirse en pocas palabras:
“Nuestra Santa Madre le expresó su alegría de ver a Sus hijos reunidos allí, en medio de la naturaleza y bajo los rayos del Sol, y le dijo que para Ella esa era la verdadera iglesia, la que no está edificada con altos muros de piedra ni posee altares con lujos y oropeles, la que está construida por corazones fuertes, obedientes y sinceros, que aman sinceramente a Su hijo”
Raúl se volvió al río para empezar con el bautismo, y también lo hizo Juan Alberto, que acompañado por Miguel Marín, recibía previamente a cada uno de los asistentes unos metros antes de la orilla, con la imagen de la Virgen y una Biblia abierta.
A poco de empezar, mientras aguardábamos sentados en la hierba, en silencio y en honda reflexión interior, tal como se nos había pedido, los dueños del lugar nos informaron que debíamos desalojarlo porque ya habíamos estado mucho tiempo. Recordé a Giorgio, recordé el nombre de su conferencia y pensé: otro signo más, en este tiempo de los signos, uno que nos dice que no tenemos lugar en este mundo, un mundo que, más allá de las buenas intenciones declaradas, no respeta a su Madre y es grosero e intolerante con quienes la aman. Así pues, nos paramos todos en una larga fila al lado del camino, bajo los rayos del sol que calentaban la tierra y nuestros corazones, mientras los incansables servidores de Funima nos servían agua fresca para calmar la sed de las largas horas de espera. Pero hubiéramos esperado eso y mucho más, porque el esfuerzo era mínimo en comparación al que desde el día anterior venía realizando Raúl, incluso del que veíamos hacer a Juan Alberto y a Miguel.
Fueron horas indecibles, de un ensueño tal que se me hace muy difícil contarlas. Era claramente perceptible la presencia del Cristo y de la Virgen entre nosotros, a tal punto que el aire a veces parecía azul como Su manto y otras veces se vestía de un dorado radiante, como el de los rayos del sol. Cuando ya casi al final, mis pies desnudos tocaron el agua fría una emoción inenarrable me inundó y cuando la sentí caer sobre mi cabeza y resbalar hacia mis hombros un calor intenso me cerró el pecho y supe que Giorgio y Sonia Alea estaban ahí, junto a todos nosotros. Les agradecí en silencio tanto amor, tanto sostén, absolutamente inmerecidos por mí, pero tan reconfortantes y bienaventurados.

Non nobis domine, todo la gloria para Ti, que mandas al Ungido y a tus apóstoles para que nos bendigan y nos cuiden.

Terminado el bautismo, nos reunimos nuevamente todos a la orilla del río. Fue imposible saber cuántos éramos ese día, pero el número sobrepasó largamente las doscientas personas, todas reunidas alrededor de Raúl y de Juan Alberto. Allí, en unión y armonía, y ya con la marca de indeleble en nuestros espíritus, escuchamos la lectura íntegra de la prodigiosa y conmovedora crónica de Sonia Alea, escrita luego de la conferencia dada por Giorgio en Pordenone.
Finalizada la misma, Raúl volvió a dirigirnos la palabra y entre muchas otras cosas, jamás podré olvidar la conmoción que me produjo oírle decir que:
“el Cristo me ha hecho saber que el Padre le dio la orden de comenzar a aplicar la justicia divina a esta humanidad”
Recordé el dolor de la Virgen mencionado el viernes por la noche, Su pedido de que rezáramos el santo rosario, nuestros sentimientos de que estábamos por asistir a momentos decisivos, la conferencia de Giorgio en Sicilia del día anterior y supe, con una certeza absoluta, que esas cuarenta y ocho horas en comunión tejieron lazos invisibles y perdurables con hilos que fueron tendidos desde Sicilia y que llegaron hasta nosotros. Esa conmoción se vivificó y tomó su real dimensión cuando al volver a Rosario el domingo por la noche, nos enteramos del terremoto que destruyó la ciudad de L’ Aquila, en el centro de Italia.
Porque el compromiso que asumimos ese domingo de abril cuando el agua bendita nos marcó a fuego el espíritu, bajo los rayos del sol y con los pies en el río, amparados bajo el manto de la Madre y en presencia de Su Hijo, fue definitivo y sin regreso posible: prometimos dar todo y exactamente eso se nos va a pedir. Que así sea.

Non nobis domine, todo para Ti, sol de justicia y certeza de amor.

Inés Lépori

Rosario, Santa Fe, Argentina, 21 de abril del 2009