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Cristo 100Por Adriana Gnani
Estaba recorriendo el mundo en busca de paz, de esperanza y de amor, en sus brazos llevaba un niño, un parvulito de ojos grandes y brillantes como estrellas, cada sonrisa de ese niño despertaba el canto de los pájaros, pero su cuerpecito era muy frágil, debilitado por todas las injusticias. A medida que pasaba el tiempo su condición empeoraba. Por eso tenía que viajar. Iba en busca de la tierra en la que podría llegar a crecer en armonía, con todo lo que lo rodeaba. Una mujer fuerte, tenaz, convencida de la existencia de ese lugar, una mujer a la cual lo único que la consolaba era su fe y la pureza de su hijo. Escaló montañas, atravesó desiertos, navegó hacia mares tempestuosos, afrontó inviernos duros, sin rendirse jamás, firme solo gracias a un único pensamiento: la esperanza y la fe. Su único consuelo era el calor de ese cuerpecito que sostenía en sus brazos, su fuerza era la mirada de su niño cuando le cantaba una canción de cuna y lo arrimaba a su pecho.

Y después de tanta desolación superó la primera ciudad. Se encontró con un señor y le preguntó si tenía un techo debajo del cual repararse en esa fría noche, él la miró como si hubiera visto a un fantasma y se fue sin prestarle atención. Luego se encontró con otra persona y le pidió si le podía dar trabajo para lograr ser autosuficiente y así afrontar sus necesidades y también se fue, indiferente. Se acercó a una panadería: “Por favor, un pedazo de pan” le dijo y le cerraron la puerta. Y así fue con todos los que iba encontrando.

Al final decidió irse de esa ciudad, miró a su niño y sonriendo le dijo: “El amor ha abandonado a este pueblo, pidamos a Dios que los ayude a volver a encontrar lo que han perdido, ellos también están muy enfermos”.

El niño de ojos grandes se aferró a su madre y se durmió.

Siguió su camino, a pie, por esas tierras áridas devastadas por el hombre, descubrió otros pueblos y ciudades, todos áridos de amor. “Están pisoteando, sin respeto, todas las cosas, violando a la naturaleza y a los animales”, pensaba con mucho sufrimiento. De hecho se dio cuenta de que no había visto ni una sola hormiguita. En ese paisaje el silencio era ensordecedor y la fauna había abandonado esos lugares, como en una gran migración.

Estaba perdiendo la esperanza, había recorrido casi todo el mundo dirigió su mirada al niño y sus ojos se llenaron de lágrimas, temiendo por su futuro.

Al levantar la mirada vio a un hombre que la estaba observando, era un hombre de aspecto joven pero era viejo en la carne, su ropa parecía casi transparente por lo cándida que era, tenía mucha barba, le cubría sus facciones, pero su expresión de amabilidad era nítida.

Estaba sentado en el borde de la calle, encima de un tronco de madera cortado. Miró a la mujer y le preguntó hacia dónde iba con ese angelito en los brazos. Ella lo miró y le habló de su viaje. “-Te estaba esperando – le dijo – has superado muchos obstáculos sin perder la esperanza”. “-Buen hombre, estoy perdiendo la esperanza, lo que he hecho no ha sido por mi fuerza, a la fuerza me la ha dado este pequeño ser”. “-Ven conmigo, aquel pueblo te está esperando”. Y ella sonriendo le dijo: “-¿Entonces llegamos?”. “-Aún no – respondió él – allá abajo te necesitan”. “A mi?... ¿Qué les puedo ofrecer yo a ellos? No tengo nada. Y tú ¿no vienes conmigo?” preguntó ella. “-Si, entraremos juntos” dijo él. Acarició al niño y calmó su hambre y su sed, tomó a la mujer de la mano sintiendo un calor que la envolvía, un fuego que no quemaba sino que le daba fuerza a su corazón. La mujer lo miró y le preguntó: “-¿Quién eres?” Mirándola desde arriba de sus pasos con un aire humilde le respondió: “-Soy el aire que respiras, soy la luz de los días, soy la respiración de los hombres, soy el canto de los animales, soy el agua que corre y que calma la sed, soy aquello a lo que tu llamas amor, soy el oxígeno del mundo”. Logró comprender todo lo que le decía porque lo sentía vivo en su interior, lo sentía correr por sus venas. Con toda su ingenuidad dijo: “-Entonces los habitantes de ese lugar te quieren mucho por lo que amas. Por lo que eres”. Y él respondió: “-Aún no han comprendido el verdadero amor y yo no puedo hacer nada por ellos, tu si”.

Entraron juntos y todos los pobladores fueron a su encuentro. La mujer recibió comida, una casa cálida, leche para su niño y mucha ayuda. Y a él lo alabaron como a un maestro. Cuanto más veía esos comportamientos tan amables menos comprendía lo que él le había dicho, sobre que no habían conocido el verdadero amor y el verdadero sacrificio.

La gente se quería, se ayudaba, los niños eran felices y las personas puras.

Fue a visitarlo y le preguntó si él estaría de acuerdo con que ella criara a su hijo en ese pueblo porque veía mucho amor. “-Esta es tu casa, puedes quedarte hasta cuando quieras” y mientras se levantó para darle un pedazo de pan notó algunas gotas de sangre a la altura de su corazón. “-¡Pero estás sangrando! Espera que te curo” le dijo. Él detuvo su mano amorosamente y le dijo: “-Es una herida que no se podrá cerrar”. “-Pero ¿por qué señor mío? Tu me has ayudado, déjame ayudarte, soy muy buena enfermera”. “-Ya lo se, tu curarás a mi pueblo y mi herida curará” le respondió. “-Pero tu pueblo es perfecto” respondió ella... “-Si, me ama, pero aún no ha superado el último obstáculo que muy pronto encontrarán por amor mío”. Ella no comprendió esas palabras y, obstinada como era, todos los días siguió yendo a curarle la herida con aceites y vendajes.

El tiempo pasaba y la herida sangraba cada vez más y él estaba cada vez peor. “-¿Qué te hace falta señor mío? Me preocupo por ti, estoy sufriendo mucho porque no logro curar tu herida. Te debo la vida y la de mi hijo, nos has recibido en tu casa, nos has dado calor, nos has dado de comer, nos has dado ropa, nos has dado amor y esperanza, junto a ti hemos vivido muchos años, mi hijo y hoy estamos dispuestos a dar nuestra vida con tal de que termine tu sufrimiento”. La mujer comenzó a llorar incesantemente y vio como cada lágrima que caía por su rostro aliviaba esa herida. “-Señor he comprendido tu sufrimiento. Todo este amor que te rodea está perdiendo el verdadero significado del sacrificio. Tienen los ojos y el corazón tan cubiertos por este espíritu virtual de bienestar que no sienten tu sufrimiento. ¿Qué puedo hacer? No me escucharán. En cambio bastaría con que levantes un solo brazo y todo se arreglaría. ¿Por qué tienes que sufrir tanto?” Entonces recordó todos los lugares que había recorrido, todos áridos y tristes. “-Los has visitado? - le preguntó – has estado allí y ahora temes por tu pueblo. Por ti maestro, amigo, Señor, haría cualquier cosa”. Tomó a su hijo en sus brazos y le dijo: “-Después de tanto caminar entendimos qué era lo que buscábamos, el amor de un justo y por ese amor nosotros nos entregaremos a ti y será un honor a Tu gloria”.

Se durmieron mirando las estrellas que brillaban en el cielo.

A la mañana siguiente un viento muy fuerte los despertó, la mujer se levantó de un salto y fue rápidamente a ver a su maestro, notó que su condición había empeorado. Comprendió lo que tenía que hacer. Corrió inmediatamente a la gran plaza del pueblo, se puso a tocar la campana para despertar a todos, cuando la gente estuvo toda reunida comenzaron a preguntarle: “-Mujer ¿por qué nos has despertado?” “-Vuestro señor no está bien”. “-Pero ¿qué podemos hacer nosotros por él?” “-Tenéis que dar todo de vosotros” respondió la mujer. “-Nosotros nos amamos, nos respetamos, no dejamos que le falte nada, queremos a nuestros hijos y les damos una educación sana”. La mujer los detuvo y dijo: “-Todo lo que hacéis es hermoso pero no es suficiente. Yo hoy os he pedido el sacrificio mío y de mi hijo para que mi maestro pueda estar bien, pero esto sería en vano, para que esté bien el sacrificio tiene que ser de todos sin tener dudas interiormente. Vosotros no os entregáis por completo. Todo lo que tenéis os ha sido dado y siempre habéis obtenido lo que necesitabais. Si, es todo correcto, pero había que vivir por los demás. Todo lo que tenéis y todo lo que deseais tenéis que compartirlo con amor a todos. Todo lo que amáis tiene que ser por amor a todos. Si tan solo uno de vosotros, que decís que amáis tanto, tiene menos que vosotros, entonces eso no es amor. Todo lo que aprendéis, que decís, tiene que se puesto en practica escuchando y comprendiendo al hermano. Si decís que os amáis realmente vuestro deseo tiene que ser su realidad. Si tu quieres estar bien físicamente cura a tu hermano. Si tienes hambre dale de comer a tu hermano. Si tienes frío viste a tu hermano. Si tu hermano está sufriendo entrégale tu vida, tus haberes. Cuanto más te despojas más aún crece la salvación en tu corazón. Cuanto más te despojas más aún se curarán las heridas de tu maestro. Él te ha dado todo lo que tienes. Ahora es él quien necesita de ti. No para salvarse sino para salvarte”.

La mujer, desgarrada por el dolor, se dio vuelta y tomó a su hijo de la mano para ir al encuentro de su maestro.

Adriana Gnani
12 de Febrero de 2017