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catedral_rosario_01EL MISTERIO DE LA SANGRACION
Hoy, después de mucho tiempo, decidí ir a la Catedral de Rosario. Es un hermoso edificio pero triste y sombrío. Reconozco que nunca me gustó, tan opresivo y pesado como sus mármoles insensibles, sus estatuas indiferentes, su poca luz y sus naves siempre vacías.
Aún así fue allí, en la Basílica de Nuestra Señora del Rosario, que hace más de diez años vi sangrar a la imagen del Cristo ubicado a la derecha del altar mayor. Fue allí que el insondable Misterio de la Sangración se reveló con toda su magnificencia ante mis ojos. Recuerdo claramente el mágico olor a rosas que se extendía hasta la puerta de entrada y la altísima vibración que la energía divina transmitía a todo el lugar.
En aquel día la Catedral de Rosario estaba vacía, como de costumbre. Fuimos pocos los que vimos brotar la sangre del Cristo de las llagas de Su imagen y luego derramarse hasta Sus pies.  Fuimos pocos, no más de diez al principio y por un largo rato. Y no sé cuántos más pudimos  ser, porque muy poco después las puertas de la Basílica se cerraron rápidamente para impedir que la gente cayera en el error que la ilusión de los sentidos suele producir respecto de un hecho que aún no había sido investigado por las autoridades eclesiásticas, según decía el breve comunicado del entonces obispo de Rosario. Y así permanecieron largo tiempo, el suficiente para que el hecho fuera olvidado por completo.  
Desde entonces no volví a ese lugar sacrílego. Tal vez por eso este mediodía, mientras caminaba bajo la fría lluvia de julio, mis pasos eran cada vez más lentos. Me obligué a recordar que el motivo por el que iba era importante y, cuando el semáforo de calle Laprida encendió la luz verde, avancé entre muchas otras personas que se movían con prisa y subí los escalones hasta la plaza.  Lo primero que vi fueron las altas puertas. Debe ser un error pensé, no pueden estar cerradas a esta hora, debe haber una entrada lateral abierta. Pero no la había, sólo encontré el cartel que informa sobre las horas de visita, muy pocas, menos que las que atienden las oficinas públicas.
Nada había cambiado. A veces es mejor no volver.

Inés Lépori
Rosario, Santa Fe, Argentina, 30 de julio del 2010