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ristohomeless100Por Adriana Navarro
Nuestra asociación se ha propuesto comenzar a llevar un plato de alimento caliente, al menos una vez a la semana, a personas en situación de calle en la ciudad de Montevideo. Hemos comenzado este proyecto en las frías noches de invierno. Para sostener esta actividad, los fondos se sacan de lo que recaudamos de la feria económica que funciona en nuestro local, gracias a donaciones que recibimos. La mano de obra es brindada por un grupo de hermanas que asisten durante la tarde del lunes a preparar la comida: María del Carmen Ruiz, Geny Pivetta, Aroma Toda, Matilde Paats, Patricia Etcharte, “Mamá” Raquel, Ana María Barrosi,  quienes ponen sus manos y su energía de amor, y así preparan dos ollas grandes de comida caliente y rica, muy rica.
Claudio Di Mauro ha ofrecido su vehículo para salir a repartir la comida, y dos jóvenes amigos suyos, Marcelo y Daiana “Pinky”, se han ofrecido para acompañarlo, y así han comenzado a asistir a las reuniones. También otros integrantes de la asociación, nos hemos ido turnando en las salidas nocturnas. El lunes 16 de julio estábamos para el reparto Claudio Di Mauro, Daiana “Pinky”, Marcelo, Lorena Rial, “Chacho”, Domingo Silva y yo. Particularmente no los había acompañado hasta ahora. Claudio me dijo si quería ir adelante y me pidió que estuviera atenta para detectar a aquellas personas a quienes íbamos a ofrecerles la cena.
En cada parada que hacíamos, bajábamos rápidamente dos o tres, hacíamos el ofrecimiento, mientras que los restantes armaban el menú, el plato acompañado de pan y fruta.
Y en la noche, en el silencio, en la soledad de la noche, con el frío punzando, cada vez que se abrían las puertas de la camioneta,  comencé, comenzamos a recibir una lección espiritual que deseo compartir...
Algunos, aceptaban y agradecían, otros se arrimaban quizás a pedir un plato más para otro compañero, que también necesitaba. En un momento, tuve que darme vuelta hacia el frente de la camioneta, porque cada vez que giraba hacia atrás veía un rostro nuevo, luego otro, hombres...viejos...y sentí como una puntada en mis ojos, que iba a provocarme lágrimas, de ver, de preguntarme, qué sentían estos seres....su autoestima...su futuro....sus miedos.
Uno podría pensar que todo aquél que estuviese en la calle, en medio del frío no rechazaría un plato de comida, salvo que por algún motivo sintiera que se lesionaba su orgullo, o su dignidad. No fue así, cuando rechazaban el ofrecimiento, no era por orgullo, en la mayor sencillez, con una sonrisa, y un agradecimiento, la respuesta era: “Gracias, ya cené”, “gracias, ya pasaron”, “no, gracias, amigo ya comí”. Esas respuestas me impactaron...Y ahí comenzó la lección de esa noche. Los hombres y mujeres de la calle no necesitaban guardar, amorralar, acumular. No parecían pensar: “bueno, ya comí, pero lo guardo para mañana”, algo que parecería hasta lógico. En algo tan vital como el alimento, respondían con sinceridad y sencillez...confiando...¿ pero confiando en qué?.  Parecían menos preocupados que los que tenemos casa, comida, abrigo, ...es verdad tenemos miedo de perder todas esas cosas y nos preocupamos....nos preocupamos por nuestras cuentas, tarjetas, etc., etc. Pero a veces cuánto menos tenemos materialmente, menos miedo a perder, menos egoísmo se nos genera...quizás esto es algo que algún día la Madre Tierra nos enseñe. Una sola turbación de la Tierra puede cortar para cualquiera ese límite , entre estar o no en situación de calle.
Por un momento me vino a la mente a San Francisco, cuando decía que el hombre debía desprenderse de todos los bienes y confiar como lo hacían los pájaros, porque la Madre Naturaleza todo nos daba.
Obviamente, hay que discernir y no entender esta idea fanáticamente,  y es claro que dentro del sistema en el que vivimos, en que uno existe si tiene un papel llamado dinero, o una tarjeta de plástico que lo representa, es legítimo pensar y asumir, si tenemos niños, -y también  por nosotros-,  que estos deben tener qué comer al otro día,  qué vestirse, etc., etc. Pero algo seguía buscando dentro de mi y entonces me di cuenta que esos hombres y mujeres estaban respetando –quizás sin proponérselo, o sí-, respetando nuestro trabajo y permitiéndonos llegar a más personas, cumplir mejor el cometido propuesto que era aliviar aunque más no sea ínfimamente el hambre y el frío de quienes viven privados de toda comodidad y todo su hogar es un colchón  sobre la vereda, o a veces ni eso, unas mantas, unos cartones y algún nylon.
Entonces me quedé reflexionando, si cada hombre de este planeta no tuviera el afán de tomar más de lo que realmente necesita, este mundo no estaría al borde del abismo. Si no pensáramos tanto en guardar y pudiéramos confiar en que los otros harán lo mismo creo que otra humanidad habitaría este planeta.
Pero entonces me asaltó otra idea... la pobreza...la miseria puede enseñar...en realidad cualquier lugar o situación en el mundo es valioso y puede enseñarnos y para Dios no cuentan las diferencias que para los hombres...y algunos hombres pueden enseñarnos aunque nunca vayan a ser famosos, aunque no estén en la TV, aunque quizás no sean muy instruidos, aunque sean tildados de subcultura, escoria, indigentes, pobres...Para muchos estas personas no existen, para muchos políticos, para muchos intelectuales, para muchos inteligentes, profesionales, personas con un buen status o nivel económico, estos seres de las calles no existen, es más, algunos suponen que si están allí es sólo porque lo merecen, porque lo buscaron, porque no son como ellos, porque no han hecho el esfuerzo suficiente, etc., etc. y por lo tanto creen que no está tan mal que queden librados a su suerte...Es decir no visualizan que forman parte de un sistema que establece que sólo aquél que tiene dinero existe, vale, pero que además en un sistema capitalista para que uno gane otro debe pagar, otro pierde. Imaginé a esos hombres inteligentes, educados, bien vestidos que manejan la economía de los países, o que con un llamado telefónico quizás ordenan la quiebra de una empresa, o un banco, o una institución, u ordenan una guerra, sólo con el fin en última instancia de acaparar más. O esos dueños de enormes multinacionales que no se preocupan si el planeta está totalmente  contaminado, o si hay que desalojar una comunidad determinada para sus proyectos, ellos simplemente no pueden disminuir sus ganancias. Y entonces, me imaginé si mañana regresa Cristo ¿a quién abrazaría? ¿a esas personas que en medio de la noche nos dijeron: “no gracias amigo, ya comí”? ¿o a esos grandes señores bien insertos en esta sociedad? En el medio de estos dos extremos estamos nosotros y todavía tenemos un segundo para elegir qué enseñanza tomaremos, qué camino seguir.
Esta crónica no pretende ser una tratado filosófico sino solamente seguir una enseñanza de mi querido amigo y maestro Giorgio Bongiovanni, y él nos enseña que para hacer la obra debemos compartir nuestras experiencias, nuestras actividades, conectarnos a pesar de las distancias, mantenernos al tanto, y es por ello que deseaba compartir esto con todos.

Montevideo, viernes 22 de julio de 2012.
Adriana Navarro.