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matipordenonePor Matías Lucas Guffanti
Quiero servir, dar todo, sin dejar nada para mí. Quiero servir,  entregar mi vida y mi tiempo al Cielo, sin descanso para mi cuerpo. Quiero servir. No quiero el libre albedrio, ni quiero mi voluntad. No quiero que ningún sentimiento propio me impida entregar toda mi vida a Dios, porque quiero estar junto a mis hermanos y amigos luchando contra la injusticia, como lo hizo Jesús.
Quiero ser parte de su luz, ser quien realmente debo ser, sacrificando mi comodidad para servirlo a Él. Dejarlo todo, incluso mi personalidad, para convertirme en un habitáculo de Su voluntad. No quiero tener nada que el Padre no desee que tenga, no quiero hacer nada que su espíritu no haya decidido. Quiero caminar por donde Él eligió y usar mi libertad de espíritu obedeciendo y cumpliendo todas sus reglas.
Quiero hacer su revolución, pelear por los que Él ama, vivir en la simplicidad y percibir sus palabras en cada hecho que sucede. Quiero aprender a encontrar Su presencia en cada lugar, en cada ser que me rodea y hablar de Él a aquellos que no lo pueden hallar o no alcanzan a escucharlo en su interior.
Mi vida gira en torno a Él, por Él nací y por Él quiero morir. No creo en Él como una religión. Por el contrario, lo entiendo como la única forma de vivir, con la certeza absoluta de que es real y tal vez sea yo quien no exista.
Estoy enamorado del altruismo, a pesar del inmenso dolor que pueda generar. No quiero ser solo un discípulo de Dios, quiero ser un iniciado en su verdad, con todo el sacrificio que eso requiere. Quiero sentir la vida en mí, con la conciencia de que no es mía, ver todo a mí alrededor con profundo amor y devoción, sentir que tengo todo pero nada a la vez.
No le tengo miedo a la vida y por lo tanto menos le temo a la muerte. No le tengo miedo al dolor, porque conozco esta revolución y su sacrificio, pero sobre todo conozco su recompensa. Y aunque sufra, llore o grite de tristeza ante la tentación de sentirme solo en la inmensidad del universo, es por esto que existo y por lo que voy a entregar mi vida, abrazando con mi alma a toda la creación.
Cada lágrima que cae de mis ojos es una confirmación de que estoy en el camino correcto, una señal que trae consigo la conciencia necesaria para avanzar y no detenerme; son lágrimas que me fortalecen y traen luz a mi corazón. Lágrimas de emoción espiritual, de sentido de la justicia, de plegarias, de amor. Lágrimas que cuando surgen me acercan a la Madre del Cielo y me hacen sentir como un niño pequeño, que escucha pulsar el corazón sobre su pecho y siente que con cada latido una gran explosión de amor inunda el infinito, crea nuevos soles, nuevos universos, nueva vida, allá donde sólo estaba el vacío, la oscuridad y el silencio. Y que con Su mano acariciando mi pelo me muestra cuán grande es el Todo que Ella forma y contiene. Una Madre sin límites para el amor, sin límites para el sacrificio, que lo da todo por sus hijos. Ruego poder caminar a dónde Ella me guíe, sin anticipar mi destino, sin imaginar mi futuro, viviendo cada día como toda una vida, pero consciente de mi eternidad.
Porque mi valor está en el presente, y mi evolución no está en quién fui o en quién voy a ser, sino en la actitud que tomo en este momento, en la decisión que hoy elijo. Cristo está dentro de nosotros, detrás de nuestros errores, nuestra personalidad, nuestras confusiones. Él quiere mostrarse, convertirse en nosotros, pero no se lo permitimos.
No conozco mi futuro, no sé qué vendrá mañana, ni cuál es el diseño que el Cielo preparó para mí. Pero estoy dispuesto a hacerlo todo. A cambiar todo de mí y lo que me rodea, porque la fuerza está aquí, la encontré en mi corazón y no hay nada que pueda detenerla. Es una fuerza que nadie pudo matar, que prevaleció desde la creación del Sol, que fue de espíritu en espíritu haciendo cumplir las palabras del Altísimo, creando y multiplicando la conciencia y dibujando en el tiempo los pensamientos del Espíritu Santo. Una fuerza que muere y renace, haciéndose cada vez más grande, como un ave fénix de la eternidad. Todos la tenemos dentro. Fue Cristo quien la implantó, con su presencia, en cada partícula de nuestro ser, y éste es el tiempo de esa nueva fuerza, el tiempo de un hombre nuevo, puro y perfecto, a imagen y semejanza de los Creadores de la Vida, de los enviados del Sol.
Éste es el tiempo de ser quienes debemos ser o será mejor no ser nada.
Matías Lucas Guffanti
30 de agosto del 2014

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