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testa 2016enespañol
paraguaymedina100Por Jean Georges Almendras
Poco importa la nacionalidad de los viajeros. Poco importan  los sacrificios que se hicieron, por más que de esos sacrificios hayamos ido aprendiendo en la marcha. Lo cierto -y lo que importa a prima facie- es, que por distintos  caminos y por distintos medios fuimos llegando a Asunción del Paraguay, cerca de 80 almas. Una sola fue la convocatoria: la de nuestra conciencia, por más que el instrumento, para plantearla en una reunión por skype en un dia de octubre haya sido  Giorgio Bongiovanni. La muerte de un hombre. La muerte de un periodista llamado Pablo Medina, ya era suficiente para entender el motivo, el sentido y la profundidad de nuestra presencia en el Paraguay. ¿Una lectura periodística del crimen del colega, para el viaje, ya era de por sí una razón valedera? Por  supuesto. ¿Una lectura espiritual de la tragedia? También. Y una lectura de Obra, ni hablar, porque la Obra se aprestaba a vivir una dinámica inédita. Era la primera vez que la Obra, como Obra, en todos sus aspectos y en todas sus facetas, se movilizaba por una causa social y en función de una causa espiritual. ¿O tal vez a la inversa?
Pero la historia y el destino –de la metodología celeste- es implacable, porque  antes, mucho antes del 16 de octubre de este 2014, ya la convocatoria estaba bosquejada, por los misterios mismos de la vida misma. O del Cielo.
Por el año 2005 Pablo Medina  -cargando la cruz de la muerte de su hermano Salvador- ya nos extendía los brazos a todos nosotros, a través de Giorgio en Paraguay. El amor hacia la Verdad y a la Justicia hacía de ambos una sola demostración de unión. Por aquellos días ambos se abrazaron sentidamente, por primera vez. Vivieron así,  una  unión que se solidificaría pocos años después, en el Congreso Antimafia, en el 2009, en Rosario, donde muchos de los que vivimos este reciente viaje al Paraguay, lo conocimos profundamente pese a lo efímero del encuentro. Difícil  olvidar cuando  Giorgio, rompiendo el esquema dispuesto, lo invitó a subir al escenario para fundirse con él  en un solo abrazo, el segundo. Ninguno de los presentes imaginó que ese abrazo sellaría y dibujaría una señal para el futuro. Una señal que se hizo visible aquella fatídica tarde del 16 de octubre, en un solariego camino de la región de Ipejhú en el departamento de Canindeyú, cercano a la frontera del Brasil, en el Paraguay azotado por la mafia del narcotráfico. Hombres del mal, camuflados  y portando armas cortas y largas de alto poder de fuego, arrojaron  balas asesinas sobre su cuerpo.  En menos de 30 segundos acabaron con  la vida de Pablo y la  de su asistente, Antonia Almada, una jovencita de 19 años.
 Pablo, al ver a sus asesinos (que hábilmente le tendieron una emboscada) cruzando sus brazos en cruz sobre su rostro, como si pidiera al Cristo la protección inmediata, llegó a decir a sus asesinos “No lo hagas”.  Pero los asesinos lo hicieron, con la impunidad de los tiempos que corren. Pero la muerte no existe. Sus cuerpos quedaron cubiertos de sangre, acribillados, en el interior de una camioneta. Pero sus almas se fueron a la Luz eterna. Una tercera ocupante del vehículo, hermana de Antonia (única sobreviviente del mortal ataque), con manos temblorosas y en shock tomó el teléfono celular de Pablo y la noticia del atentado corrió como reguero de pólvora.
Catapultados  al martirologio de la Verdad,  Pablo y Antonia se unieron más a la Luz. Se unieron más a nosotros. Y nosotros más a ellos. Giorgio, no estaba eximido de esa unión. Todo lo contrario. Agudizó su amor a la causa de ambos y tiró las redes para materializar una movilización sin precedentes en la Obra.
Pablo Medina era uno de nosotros. Era de nuestra sangre. Era de nuestra tribu, y los que vivimos este viaje, esta movilización, lo constatamos. Cada uno a su forma. Y Giorgio, una vez más resultó ser el artífice y el Maestro de esa vivencia, con la luminosidad del espíritu de  lucha y con el coraje del revolucionario del Tercer Milenio, que ahora es. Como estigmatizado y como periodista. Como humanista y como luchador social. Como el místico de un tiempo de acción y de lucha social. Como un ser humano con sensibilidad. Y como un signo viviente y operativo, en medio del lodazal de la humanidad patética, perversa e indiferente que conocemos y denunciamos.
Giorgio convocó a todos sus hermanos de las Arcas del mundo a participar de su misión mística y de  su misión periodística, juntas esta vez, más que nunca. Inexorablemente Giorgio  debía estar presente junto a su amigo, junto a su hermano caído en el cumplimiento del deber de  informar. Pablo Medina era uno de nuestros más entrañables colegas antimafia que había sido asesinado, como mañana podríamos ser asesinados cualquiera de nosotros.
Entonces, de su mano, los hermanos conscientes de esa Obra,  acusaron recibo de la convocatoria, y pusieron proa a Asunción del Paraguay. Desde Italia, Chile, Uruguay y Argentina. Más que para una movilización y para un homenaje a Pablo y a Antonia Almada, previsto para la tarde del 18 de noviembre en la Plaza de la Democracia, para  una demostración del rumbo actual de la Obra en el 2014, donde la acción y el compromiso laten y se dinamizan en  el alma de cada uno de nosotros, cerrando filas para que la incomprensión y las críticas o los malos humores quedaran por fuera.
Por primera vez vivíamos todos la Obra y el compromiso social, en una múltiple actividad, llena de emoción, entusiasmo y energía. Porque ya solo decidir  acompañar a Giorgio en su  misión espiritual y periodística, fuimos Pablo Medina  y hacíamos la Obra.
 Sacrificando horas laborales de nuestras respectivas obligaciones, horas extras, comodidades, placeres y hasta afectos, fuimos Pablo Medina. Fuimos la Obra de Giorgio de la que nos sentimos parte. Fuimos nosotros. Los luchadores de la vida, con valores cristianos. Fuimos Pablo Medina, denunciando en las soledades de su tierra contaminada por la mafia, todas las corrupciones habidas y por haber. Fuimos coherentes con 25 años de obra, durmiendo fuera de nuestras camas, agotándonos, soportándonos, respetándonos, dejando nuestros hogares, nuestras costumbres, viajando horas y horas, manejando horas y horas, volando horas y horas, volanteando trípticos, pegando afiches a la madrugada en muros de las calles de Asunción conviviendo con los riesgos, caminando bajo el sol abrasador por las calles de Asunción, pensando en  la mafia y en la  antimafia, pensando y reflexionando sobre el mal enquistado en la sociedad de nuestros hermanos paraguayos, observando impávidos el dolor de una familia destrozada por la pérdida física de tres hijos.
 Fuimos Pablo Medina e hicimos la Obra, compartiendo las lágrimas de sus seres queridos que sobrevivieron a su apocalipsis. Fuimos Pablo Medina recorriendo diarios, canales y radios. Fuimos Pablo Medina entrevistando periodistas, senadores, fiscales y ciudadanos. Fuimos Pablo Medina conviviendo con Giorgio y Sonia Alea, y quienes cruzaron con ellos el Atlántico desde su tierra natal,  Italia.
 Nuestro amigo y hermano Pablo, que entregó su vida por la misma Verdad por la que nos decimos parte de esta Obra, estaba presente en todos los instantes de actividades y comidas que  compartimos, dándonos el impulso para mantenernos incólumes a la hora de hablar y de hacer. A la hora de denunciar que su muerte, la de Pablo y de su asistente, los enaltecen y los honra.
Y subidos sobre el estrado de la Plaza de la Democracia, o en ella misma. Y concentrados alrededor de ese emblemático acto de libertad, por una prensa libre y batallando contra la mafia, hicimos nuestro camino de Obra. Un  camino que por primera vez nos  catapultó a la sociedad humana (sin fronteras), comprometiéndonos intensamente con los mismos parámetros de lucha del luchador social que fue Jesús el Maestro y que hoy es nuestro guía, hermano y amigo: Giorgio. Todos juntos, unidos, abrazamos a la hija mayor de Pablo, Dyrsen, a sus ancianos padres, a sus hermanos, a sus seres queridos. Todos juntos, con Giorgio, entonces por aquellos intensos días en Paraguay, entre idas y venidas, corridas y entrevistas, pegatinas y volanteadas, dimos sentidamente el tercer abrazo a Pablo Medina. ¿El último?. Lo dudo. A Pablo  estamos llevándolo dentro de nosotros, eternamente. Vive con nosotros. Lucha con nosotros. Codo a codo. Para desenmascarar a sus asesinos del poder del Estado, en connubio con el poder mafioso enquistado en la sociedad que lo vio nacer. Con Pablo Medina y con Antonia Almada nos abrazamos cada segundo y cada minuto de cada día que transcurre.   
Quienes vivimos la Obra desde hace 24 años, como es mi caso,  por primera vez  formamos parte de una movilización de estas características y nada resulto en vano, ni banal. Todo fue tan espiritual como social. Todo fue tan periodístico, como humano. Todo segundo de riesgo, porque ese riesgo estuvo presente, fue tan honroso y tan enriquecedor como cada segundo de camaradería  y de conferencias espirituales y vida en común. En concreto, fue  una manera muy profunda y muy cristiana  de hacer la Obra, en el campo de batalla, muy distante a la teoría, al romanticismo y a la espiritualidad intelectual e inoperante. Fue un salto al presente, desde una Obra  rubricada hace dos mil años. Una manera  muy directa y muy sutil de revolucionar el mundo, desde la espiritualidad y desde el corazón, pero con la ira propia de un luchador del siglo 21, harto, bastante harto, de tanta demagogia, de tanta malignidad concentrada en el poder y en la riqueza, y de tantas diferencias sociales, muertes injustas e impunidades múltiples.
25 de Noviembre 2014

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