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Matias-Guffanti100Por Matías Guffanti

Cada encuentro con Giorgio es un momento único en el Todo, inefable, extraordinario y maravilloso. Con sus palabras el mundo se detiene y todas las prioridades ajenas a ese momento se desvanecen. Sólo importa estar ahí, donde todo a su alrededor desaparece. Un punto perdido en el infinito que se convierte en su centro y en el que se reduce todo el universo.  Un momento mágico, con palabras mágicas y sentimientos que esa misma magia hace germinar en cada uno de nosotros, haciéndonos sentir que ahí está la vida, brotando como el agua de una fuente, iluminándolo todo con su luz.

No es fanatismo, no es exaltación, es lo que en mi realidad sucede. Cada visita de Giorgio es la comunión entre dos mundos que se unen y se funden abriendo una puerta en el tiempo y en el espacio, haciendo que todo sea diferente. El amor se intensifica y los sentimientos de arrepentimiento, de compromiso, de alegría y de justicia afloran llenándonos de gracia y limpiándonos de las miserias humanas que tanto nos esforzamos en mantener. Pero ningún encuentro es igual, ningún momento se repite y cada uno de ellos abre puertas diferentes, puertas a mundos y realidades que se pueden tomar o dejar.

En su última visita a Argentina los días fueron intensos y llenos de una energía especial, que iniciaban una nueva etapa importante y trascendente, en la que Cristo llamaba nuevamente a resistir, superar las pruebas y seguir el camino de servicio y sacrificio, con alegría y disponibilidad. Un Mensaje que parecía igual a los anteriores, pero que sin embargo no lo era, porque nada fue igual. Giorgio, acompañado por su esposa y consuelo Sonia Alea, con una voz quebrada y ojos llenos de lágrimas, comenzó contando una experiencia que nos golpearía a todos. Cristo le había hablado una vez más, poniéndole una prueba a él, para darnos un mensaje, una enseñanza que nos pondría  a nosotros mismos frente a los ojos.

Con el amor y la humildad que sólo los grandes hombres tienen, relató su experiencia a todos los presentes. Cristo le había hablado nuevamente para ofrecerle, después de 26 años del dolor de los estigmas, de sacrificio y de servicio, la posibilidad de retirarse. El Padre le estaba permitiendo abandonar su lucha, con el amor de todos sus amigos y hermanos que lo comprenderían y los miles de logros que había alcanzado a lo largo de toda su vida, para vivir con sus hijos, enseñarles y esperar, con las llagas de la pasión sagrada en su cuerpo, los acontecimientosque vendrán.

No era el demonio quien le hablaba, era el Cristo que le ofrecía la posibilidad, que tal vez cualquier persona esperaría. Pero que sin embargo él, con sus dudas y tormentos por desobedecer una invitación del Cielo, rechazó para dar toda su vida a la batalla que desde niño ya había elegido. Situación, que vería como una prueba, al instante que entendió que si no tomaba esa decisión el Hijo del Hombre hubiera venido una vez más a crucificarse.

Una experiencia clara y definitiva que nos involucra y compromete a todos a imitar y seguir aquella elección, situándonos en el tiempo y el lugar en el que estamos, diciéndonos a cada uno en un último llamado, quiénes somos y cuál es nuestra misión. Una señal para todos, que nos obliga a reflexionar, discernir y actuar, valorándonos con humildad, pero sin exceso de ella, sosteniendo nuestra responsabilidad con nuestros actos, que nos recuerda y nos repite que nosotros no podemos retirarnos.

Con la música de Mark Minkov que envolvía el ambiente, Giorgio nos traía la voz de las estrellas que retumbaba en nuestro interior, recordándonos la importancia de reconocernos y señalándonos el camino por el cual habíamos nacido y que nuestra naturaleza humana nos hace olvidar o incluso rechazar, adorando al becerro de oro que aún hoy proclamamos nuestro Dios. ¿Pero cuántos de nosotros comprendía aquél mensaje? ¿Cuántos estaban preparados? ¿Cuántos de nosotros está dispuesto a dejarlo todo, su vida, sus sentimientos, sus defectos para seguir a Cristo y cumplir las palabras del Cielo que incluso repetimos?

Cada cosa que pasaba ese día lo sentí como un acto de misericordia y perdón en el que  el Cielo nos manifestaba que Dios todavía confía nosotros, pero si abusamos de su misericordia nos condenaría a la soledad del desierto, como lo hizo alguna vez con el pueblo de Israel. Ya que nosotros nacimos únicamente para el servicio, nosotros conocimos la verdad universal,  tenemos los signos, vimos a Cristo y por lo tanto somos diferentes, somos mensajeros de la Verdad y tenemos el deber de actuar de manera diferente, con la conciencia absoluta de quiénes somos para dar todo.

La reunión vivía distintas realidades, tantas como hermanos presentes había, en las cuales el mensaje y las palabras de Giorgio se alquimizaban adaptándose como fuera necesario para cada uno. La voz del cáliz que nos unía en comunión con el Cristo aquel día se impregnaba en nuestros espíritus, grabando cada letra y sentimiento con fuego. Éramos un escudo formado por la fraternidad y que desde ese encuentro deberá mantenerse en el tiempo para poder superar las pruebas que la batalla presentaría.

Luego de contar su experiencia y hablar de nuestras responsabilidades, Giorgio leyó el mensaje recibido por el volcán Etna, que a todos nos había dejado maravillado. Y con la compañía de Juan Alberto a su lado, comenzó a responder las preguntas que los hermanos le hacían. Sus explicaciones sobre la mafia, la economía mundial, el narcotráfico, las guerras y el terrorismo nos dejaban a todos atónitos como lo hace en cada reunión. En sus palabras y su presencia la espiritualidad se materializaba haciéndose algo visible y concreto, saliendo del mundo abstracto.

La emoción duró hasta la noche, cuando después de la cena, continuó explicando y aclarando cada duda con su luz. Pero una pregunta del hermano y doctor Veco desencadenó la respuesta que en mi opinión resumía gran parte de aquel encuentro. Él le preguntó: ¿Por tan sólo son 10 millones son los que se salvan? ¿Por qué son tan pocos? Y Giorgio luego de todo un día de charla, le respondió diciendo:

“Intentaré una explicación teológica y por consecuencia lógica. La teológica dice que los que se salvarán son los que heredarán el nuevo Reino y Cristo les exige a los elegidos, para ese Reino, que sean buenos. ¿Pero qué significa esto? Significa que para heredar la Tierra y formar parte de la familia cósmica, manejar la tecnología más evolucionada de la historia del mundo, para viajar en el universo, controlar energías solares y magnéticas potentísimas, controlar toda la sociedad, producir cualquier cosa que quieras a favor de los demás, sin ningún enriquecimiento personal y  tener una tecnología miles de millones de años más avanzada a la que tenemos ahora, el porcentaje que se salva tiene que tener responsabilidad, conciencia, altruismo, amor, sentido de la justicia, disciplina, orden, humildad, tolerancia y misericordia. Y ahora yo le pregunto al Doctor: ¿cuánta gente tiene esto en el mundo para ti? ¿Ahora es lógico? El problema es serio, porque sólo 10 millones son los que tienen estas cualidades con estos valores, y no se puede formar un nuevo Reino sin ellos (…)”. En esa respuesta estaba la explicación de todo, aún no estamos preparados para ser perfectos como Cristo nos pide y exige para ser elegidos.

Al día siguiente, en el que se conmemoraba la Inmaculada Concepción de María, las emociones seguían aumentando y la mañana comenzó con una comunión que todos juntos vivimos. Cristo, acompañado por su Madre, parecía estar allí dándonos de comer su cuerpo y de beber su sangre. Entre lágrimas, sonrisas y alegrías, uno a uno tuvimos ese encuentro único en nuestra vida y que seguramente quedará grabado en lo eterno. Giorgio, respondió las últimas preguntas para concluir y finalizar este viaje tan rápido pero tan intenso, que nos dejaba llenos de pensamientos, sentimientos y reflexiones que descubriremos a lo largo del tiempo.

A pesar de estar en vísperas del verano, los días fueron agradables y gracias a los hermanos que prepararon los eventos, todo salió perfecto. Como si la vida fuera un gran océano en el que estamos sumergidos, y camináramos con movimientos pesados, esforzados y lentos, Giorgio nos elevó una vez más a la superficie por un instante, para mostrarnos la realidad de ese otro mundo en el que ya estamos pero que aún no podemos ver, y que sólo alcanzaremos si seguimos caminando.

Matías Guffanti

22 de diciembre del 2015

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Rosario, Santa Fe, Argentina

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