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gliocchi200Por Eleonora Pollastrelli
¡Los he visto, he visto los ojos de Dios! Los he visto en los ojos de una nueva vida, que surge en este mundo para darnos consuelo y una nueva energía.
Los he visto, grandes y abiertos, con una profundidad inimaginable. Su mirada examinadora se posa en ti, como si mirara en el interior de tu conciencia. Llegan hasta lo más profundo de nuestra mezquindad humana y parecen aliviarte el alma, parecen haber entrado en ese lugar cerrado y oscuro para dar luz y aire nuevo, para refrescar la Esencia misma de tu vida.
Una mirada que se aferra a tu alma, que llama a tu Espíritu en ese instante y en un latido de corazón parece haber vivido toda la vida, parece haberte capturado y catapultado hacia dimensiones paralelas, parece haber viajado hacia espacios infinitos en los que la materia no tiene peso, en los que sientes que realmente respiras, en los que el corazón se siente ligero y el espacio no tiene dimensión.
Hasta ese lugar de beatitud me has llevado simplemente con el contacto de tu pequeño cuerpo y, por un instante, me has dado la eternidad, me has permitido divisar “la región etérea donde el todo fluye y se mueve. Donde  innumerables estrellas, astros, globos, soles y tierras vienen e infinitos razonamientos se argumentan.
Me recorre un escalofrío, es el escalofrío del amor puro, del amor incondicional que solo un niño te sabe dar, que no pretende nada de ti más que amor a su vez. No hay nada que valga más que una caricia, que una sonrisa, que un cálido abrazo, no hay nada que se pueda comparar ni reemplazar a esa emoción, es inútil remediar esa carencia con algo material, no existe remedio para la falta de amor, el vacío no se puede colmar, de ninguna manera: amarlos es el único modo, amarlos con cada una de las células de tu cuerpo, amarlos como si no hubiera un mañana, amarlos hoy para que estos instantes vayan más allá del tiempo y del espacio físico, y para que retumben en el espacio infinito de las dimensiones, hasta llegar al Sol, donde todo tiene origen, Padre de todos los amores, pero que al regresar traen consigo algo más, traen una parte de nosotros, una partícula creada por la fusión del amor de dos espíritus que se encuentran.
La luz que emanas conmueve hasta incluso al Cáliz Viviente... lágrimas santas surcan el rostro cansado de un hombre que lleva el peso de la humanidad en sus hombros, que ahora siente aún más ese peso, esa responsabilidad de crear un mundo mejor, porque en ese mundo tendrás que crecer y dar tus pasos. Agradece a Dios la gracia que te ha hecho ya que al abrazarte ha logrado abrazar al mismo Dios, tocar en carne y hueso al Espíritu Santo. Las chispas de los infinitos mundos se pueden vislumbrar en los ojos de un hombre que, por una vez, lo traen nuevamente a la Tierra con nosotros, los simples mortales. “Esa es Amira, mi nietita... Amira, la princesita”, con esta frase llena de orgullo, pronunciada por un leve temblor en el tono de su voz y con los ojos llenos de estupor, como el de los niños que se emocionan ante un nuevo descubrimiento, anuncia su presencia al mundo entero.
 “Amira, la tierra prometida”... y si, la Tierra Prometida, esa Tierra que un día estará poblada de Seres como tú, hijos de las Estrellas, almas del Cosmos, será un lugar en el que el amor será la única forma de comunicación posible y la armonía de la Creación será la suave música que enciende la ardiente pasión en los corazones de todas las criaturas.
Gracias Amira, gracias por cada instante de eterno amor vivido y que aún viviremos juntas.
Con profundo agradecimiento
Eleonora
29/12/2017