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claudiafun1Por Claudia Marsili - 6 de Noviembre

Las sensaciones de los voluntarios de FUNIMA International Onlus de viaje por los Andes argentinos.

Los ojos se llenan de inmensidad.

El corazón se llena de calor y de una energía rara, intensa, vibrante.

Todo en esta tierra habla del contacto primordial con la Madre Tierra. Un contacto virgen, puro, sincero, que yo no conocía.

El cielo nocturno nos hechiza y nos envuelve con su infinito manto... un cielo que se tiñe de luz... son muchas las estrellas que se logran percibir. La Via Lactea parece que traza un camino que conduce hacia mundos lejanos.

La casa de Ramón y Sandra habla de amor... raramente he encontrado ojos como los de las personas que habitan en ella y que la llenan continuamente de luz. Ojos dulces y acogedores. Manos fuertes y un corazón del que puedes percibir la calidez. El abrazo. Para ellos no existe el cansacio.

Nos han recibido como hermanos, como hijos. La mayoría de nosotros no los conocíamos, sin embargo, enseguida nos hemos sentido parte de la misma familia.

Hemos entrado en la vida de esta familia sin poder lejanamente imaginar lo que nos esperaba. Todo lo que estamos viviendo nos deja sin palabras. Justo como la pureza de esta tierra.

Ramón, Sandra, Leandro, Analia y las personas que los ayudan cotidianamente nos están enseñando el amor. Creo que no había comprendido nunca el sentido profundo de esta palabra. Hasta ahora.

El perfume del pan del día hecho en casa y cocido en el horno a leña casi diariamente, el amor que Sandra pone en su cocina, incluso después de un largo día de actividades y de trabajo, gestos sencilllos que nos hacen sentir en casa. Parte de un proyecto mucho más grande de lo que pensamos.

Manos sabias preparan la comida, los juguetes y la ropa que donar a las familias que viven entre las montañas. Y humildemente nosotros estamos ahí, tratando de aprender lo más posible para ayudarlos lo mejor que podemos. Ponemos todo nuestro entusiasmo, la ganas de hacer, el deseo de ser útiles.

Hay mucho que hacer y no hay mucho tiempo para descansar. Las horas de sueño disminuyen, pero las experiencias que vivimos son tan fuertes que nos mantienen activos y atentos en todo momento.

El día de ayer me cambió completamente lo que tenía en mi mente. Era el día de entregas a las poblaciones andinas originarias. Personas humildes, sencillas. No viven de seguro esperando la ayuda de Ramón, cultivan su tierra, construyen por si solos sus casas, cuidan de ellos mismos y de sus familias, pero cuando Ramón llega, para ellos es siempre una fiesta y aceptan con humildad y gratitud este regalo incansable del Cielo.

Cada vez que llegábamos a algún destino en nuestras varias etapas, con la furgoneta llena de donaciones, los niños llegan desde lejos corriendo a nuestro encuentro con sus zapatillas rotas, las mejillas rojas y despeinados. Se ponen en fila para recibir su regalito y los dulces. Luego llega el momento de la ropa y de los zapatos: todos se acercan y nos dicen que es lo que necesitan, que número de zapatos tienen, y nosotros nos ponemos a buscar lo que les va bien a cada uno de ellos. La emoción que se refleja en sus rostros es tangible.

Con una gran sonrisa en sus caras que ilumina sus grandes ojos oscuros, no lo olvidaré nunca. Mis ojos a menudo se llenaron de lágrimas... lágrimas que he tratado de esconder lo más posible, para no arruinar esos momentos tan preciosos y especiales para ellos, tratando de darles sonrisass, abrazos, calidez. Mis ojos no podrán borrar nunca lo que han visto ese día.

He visto el infinito en los ojos de personas que no tienen nada, pero que sin embargo lo tienen todo.

Por lo demás, por todo lo que les falta, tienen la suerte de haber encontrado en su camino a un hombre extraordinario, un hombre que dedica toda su vida a intentar que la vida de estas personas sea mejor. Un poco más cada día. Cada día con la sonrisa. Ofreciéndoles lo que tiene.

Todo lo que sabe. Todo lo que es. Un hombre que necesita la ayuda de todos nosotros para seguir desarrollando su misión tan especial. Preciosa. Única.

Gracias Ramón, por enseñarnos el amor.

Claudia Marsili
6 de noviembre 2018

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