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SI BENEDICTO XVI SE HUBIESE LLAMADO FRANCISCO I O CEFERINO I
Si Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, se hubiese llamado Papa Francisco I o Ceferino I al pueblo de Irlanda le habría escrito la siguiente carta:

Señoras y Señores, mujeres y hombres de Irlanda:
No os llamo «Queridas y queridos hijas e hijos» como es la usanza edulcorada en los documentos eclesiásticos, incluso porque no puedo dirigirme a vosotros con expresiones afectuosas como si nada hubiese sucedido. Me dirijo a vosotros, sin desapego, pero si con temor y temblor, con respeto, manteniendo debida distancia, en puntas de pie y consciente de que ninguna palabra puede aliviar vuestra rabia, vuestro dolor y la marca que ha sido hecha indeleblemente en vuestra carne viva. No soy digno de dirigirme a vosotros con palabras de afecto.
Os escribo para deciros que pronto iré a encontraros, iré solo, sin escolta y sin fanfarrias: con los pies descalzos y la cabeza descubierta, humilde y penitente, si, como le corresponde al «siervo de los siervos de Dios». Iré para arrodillarme delante de vosotros y pediros perdón desde lo profundo del corazón, porque vosotros y yo no podemos tener dudas con respecto a una cosa: la responsabilidad de todo lo que ha involucrado a vuestros hijos e hijas, vástagos inocentes, arruinados para siempre, es mía, solo mía, explosivamente mía. Me asumo totalmente la responsabilidad de la culpa de pedofilia de la cual se han manchado muchos curas y religiosos en institutos y colegios bajo la jurisdicción de la Iglesia católica.
Siendo el obispo de la Iglesia universal no tengo palabras ni sentimientos para aliviar el trágico yugo que ha sido puesto sobre vuestros hombros. Por más de un cuarto de siglo he estado al mando de la congregación para la doctrina de la fe y no he sabido evaluar la gravedad de lo que sucedía en todo el mundo: en los Estados Unidos, en Irlanda, en Alemania y ahora incluso en Italia y estoy seguro de que también en los demás países del mundo. La plaga es enorme, extensa y difundida y no he sido capaz de distinguir la gravedad, la peligrosidad y la infamia.
He preferido salvar la cara de la institución y con este objetivo en el año 2001 dicté un decreto mediante el cual avoqué hacia mí todos los casos de pedofilia e impuse el «silencio papal»: lo que significa que cualquiera que hablara sería excomulgado «ipso facto», es decir definitivamente. Si ha habido ley de silencio, si ha habido complicidad de los curas, religiosos, obispos y laicos, la culpa es mía y solo mía. Para salvar la cara, he terminado por condenar a hombres y mujeres, niños y niñas que han sido masacrados en la infamia del abuso sexual, que ya es grave cuando sucede entre adultos, pero es terrible, horrible, blasfemo y delictivo, cuando le sucede a menores.
No se trata de pocas personas que se han equivocado. Me había hecho ilusiones de que así fuera, en cambio ahora me doy cuenta amargamente de que la responsabilidad está principalmente en la estructura que se llama «seminario», a cuyos criterios de formación los demás responsables de la Iglesia y yo hemos presentado, hemos mantenido y pretendido que se ejercieran. Con nuestros métodos educativos, poco humanos y que no tenían en consideración el cuerpo, hemos creado curas y religiosos devotos, pero ajenos a la vida y a sus complejidades, hombres y mujeres inconsistentes, listos para obedecer, porque no tienen agallas ni personalidad. En una palabra hemos creado monstruos sagrados que apenas han tenido que enfrentarse con la realidad que no han sabido aguantar y con la cual no han podido confrontarse, se han abalanzado sobre víctimas inocentes. Personalidades infantiles que han abusado de niños sin ni siquiera ser conscientes de ello.
Hoy creo que una gran responsabilidad le deba ser adjudicada al celibato obligatorio para curas y religiosos, un sistema que hoy no se sostiene, como no se ha sostenido nunca en la historia de la Iglesia: detrás de una fachada formal, muy pocos han sido quienes han observado este estado, el cual es un valor en sí mismo, pero sólo si es deseado como elección de vida, libre y consciente. Sobre este punto, me tomo el compromiso de poner al orden del día el sentido del celibato, para que se llegue a un clero casado, pero también célibe por elección, sólo por elección.
Iré hacia vosotros desprovisto de toda autoridad, porque la he perdido y con las manos vacías para pediros perdón, e inmediatamente después despediré de la curia romana y de las iglesias locales, a todos aquellos que de un modo u otro han estado implicados en este drama. En fin, mientras la justicia humana seguirá su curso, pediré que el personal responsable de estas infamias sea curado, porque se trata de mentes y corazones enfermos.
Y al final resignaré la dimisión de papa y lo haré desde tierra irlandesa, que es quizás el país más afectado. Me retiraré a un monasterio a hacer penitencia por los días que me queden de vida, porque he fallado como cura y como papa. No os pido que olvidéis, os suplico que miréis hacia adelante, sabiendo que el Señor que es un Padre amoroso, del cual hemos sido representantes indignos, no abandona a nadie y no permite que la angustia y el sufrimiento lleven la ventaja. Que Dios me perdone y con él, si acaso podéis, hacedlo también vosotros. Con estima y ansiedad.

Roma, 19 de marzo de 2010, memoria de San José, padre adoptivo de Jesús.
Francisco I, papa (todavía por poco) de la Iglesia católica.

por Paolo Farinella, cura