La Corte de Casación ha establecido que un inmigrante clandestino no puede permanecer en Italia sólo porque su hijo frecuenta la escuela.
La tutela de las fronteras debe prevalecer sobre los derechos del menor en edad escolar. ¿Qué decir? Comprendemos todo. La rigurosa aplicación de la ley e incluso las reacciones de júbilo que se leen en los blogs: el deseo es que los “jubilosos” sean igualmente implacables cuando se discuta de delitos contra el patrimonio o de evasión fiscal. Pero la comprensión se detiene delante de la realidad de la vida, que a diferencia de la ley, está hecha de carne y hueso. En este caso de la carne de un niño. El cual saldrá devastado de una experiencia de ese tipo, se sentirá probado y escupido, como un caramelo de mal sabor, cuando en el fondo su inscripción en una escuela era la prueba mejor de la voluntad de integrarlo a nuestra comunidad.
Incluso admitiendo que la mayoría de los clandestinos sean tan despiadados como para venir a Italia con un niño en edad escolar sólo para embaucarnos (¿pero habéis hablado de ello con la mujer que cuida a vuestra madre?), el hecho que no cambia es que ese niño es un niño. Y que los derechos de la infancia, en una sociedad que anhele distinguirse de una aglomeración de salvajes, tendrían que significar algo todavía. ¿Es un pensamiento para quedar bien? No, es un pensamiento humano. Y me niego a creer que estos tiempos horrorosos nos hayan vuelto tan insensibles como para no ver la diferencia. Como para no entender ya la simple verdad inculcada por generaciones de educadores: los niños primero.
Por Massimo Granellini
12 de marzo de 2010
La Stampa.it
Incluso admitiendo que la mayoría de los clandestinos sean tan despiadados como para venir a Italia con un niño en edad escolar sólo para embaucarnos (¿pero habéis hablado de ello con la mujer que cuida a vuestra madre?), el hecho que no cambia es que ese niño es un niño. Y que los derechos de la infancia, en una sociedad que anhele distinguirse de una aglomeración de salvajes, tendrían que significar algo todavía. ¿Es un pensamiento para quedar bien? No, es un pensamiento humano. Y me niego a creer que estos tiempos horrorosos nos hayan vuelto tan insensibles como para no ver la diferencia. Como para no entender ya la simple verdad inculcada por generaciones de educadores: los niños primero.
Por Massimo Granellini
12 de marzo de 2010
La Stampa.it