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EUGENIO: UN HOMBRE VEHEMENTE, APASIONADO PROFUNDAMENTE

Yo no conocí personalmente a Eugenio Siragusa. Apenas he leído parte de sus libros. Sí, imagino, percibo, la luz de su gigante obra en la tierra y en el cielo. Cuando nos reunimos en nuestro encuentro habitual del Arca de Buenos Aires el 1º de septiembre, Juanjo, con lluvia incluida y video bajo el brazo, nos regaló momentos inolvidables, palabras de Eugenio, sonrisas, gestos de Eugenio, que me impactaron profundamente. Se los manifesté a todos recordando la cita de Juan 21:20. Pero confirmé en los videos presentados en La Plata lo que se manifestaba de Eugenio: un hombre vehemente, apasionado profundamente, que cual volcán Etna, tenía latente un fuego interior a punto de explotar y asimismo, una sonrisa enigmáticamente atrapante y entusiasta. Esta percepción se quedó en mí y luego al leer tu documento, “La Gran Espera”, no puedo más que corroborar, verdaderamente, que ese volcán hoy está en ti Giorgio. Que el apóstol más amado de Jesús, no se iría, contrariamente a toda su vida, silenciosamente, anónimamente. Eugenio nuevamente se comprometió con Cristo. Y asimismo a darnos el ejemplo, de que a pesar de nuestras diferencias, debemos estar ahora y en el futuro, unidos en el espíritu, como lo hizo él. Y fue precisamente que a partir de ese 1º de septiembre, que se desató en mí una necesidad de buscar sus libros, leer su obra. Y encuentro en El Águila de Oro lo siguiente: "En el corazón y en la mente de cada uno de nosotros, entrar en la órbita de la iluminación interior, quiere decir no sólo adquirir una serenidad de conciencia, sino comenzar a hacerse preguntas sin tregua, como al iniciarse en una serie de estudios decididamente fuera de toda racionalidad humana". Fuera de toda racionalidad... Sí, así fue cuando el lunes posterior al evento de La Plata, mi hija Camila de 7 años, en mi cama, estiró su manito y tomó de mí agolpada mesa de luz, el boletín con la cara de Eugenio. Se quedó inmóvil, fijamente mirándolo. Obviamente no había dibujos de Disney, ni números ni acertijos, como tanto le gustan, sino la sonrisa radiante del sol de Eugenio. Y ella se quedó así, mirándolo, por diez minutos. Ni siquiera desvió la vista, al sentirse observada por mí. No me atreví a interrumpir ese momento. ¡La foto en blanco y negro de un señor mayor! No, ella no miraba eso. Después dejó el boletín y se recostó. Sólo he escrito a través de mi corazón. Es claro, que entonces, "éste se quedará hasta que Cristo venga". Con toda humildad y amor

María Alicia Conti
Buenos Aires, Argentina
PD: Déjame repetir, por favor, tu enseñanza;
¡Cristo es nuestra Única Certeza!