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 (©Afp) «La tierra está herida»

La carta «Laudatio si’»: hemos crecido creyéndonos autorizados a saquear el planeta. La crisis ambiental es crisis antropológica y está relacionada con el modelo de desarrollo: hay que eliminar las causas estructurales de una economía que no respeta al hombre. Llamado a los gobiernos e instituciones, propuesta de nuevos estilos de vida. La defensa de la naturaleza no es compatible con el aborto ni con la experimentación con embiones. Por primera vez en una encíclica aparece una cita de un místico del sufismo, Alí Al-Khawwas.

Andrea Tornielli

Ciudad del Vaticano. La tierra, nuestra casa común, «clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla». Se necesita una «conversión ecológica». La salvaguardia del medio ambiente no puede deslindarse de la justicia hacia los pobres ni de la solución de los problemas estructurales de una economía que persigue solo las ganancias.

La encíclica «Laudato si’» de Papa Francisco (que tiene 246 párrafos divididos en seis capítulos), añade un nuevo aporte a la doctrina social de la Iglesia y pone a la humanidad frente a sus responsabilidades. Es un texto muy articulado, y muy específico en diferentes puntos, que surge absolutamente de los documentos de muchas conferencias episcopales y que no se dirige solo a los cristianos, sino «a cada persona que habita este planeta». Bergoglio da valor a las palabras de sus predecesores e invita a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones de la economía mundial», corrigiendo los «modelos de crecimiento» que no son capaces de garantizar el respeto del medio ambiente.

En el texto, después de haber citado el aporte del «querido Patriarca Ecuménico Bartolomé, con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena», el Papa propone el modelo de San Francisco, de quien se aprende que son «inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compro¬miso con la sociedad y la paz interior». Francisco dirige un llamado a la «solidaridad universal», para «unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral».

«Nuestra casa» está contaminada  

El Papa afronta el tema de la contaminación: los contaminantes atmosféricos provocan «millones de muertes prematuras», en particular entre los más pobres; la contaminación de los ríos cerca de las industrias y de los depósitos de sustancias, los pesticidas, la contaminación de los deshechos tóxicos. «La tierra, nuestra casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería».

Francisco explica que «hay un consenso científico muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante calentamiento del sistema climático», debido principalmente a la gran concentración de gases que privican el efecto invernadero. La humanidad debe «tomar conciencia de la necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo, para combatir este calentamiento». El Papa menciona el derretimiento del hielo polar y la disminución de selvas tropicales. Las consecuencias más drásticas «probablemente recaerán en las próximas décadas sobre los países en desarrollo». Por ello, «se ha vuelto urgente e imperioso el desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión de anhídrido carbónico y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente, por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles y desarrollando fuentes de energía renovable».

Francisco también afronta la cuestión del agotamiento de los recursos naturales y de la «imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos». Habla además sobre la «pobreza del agua social», que «se da especialmente en África». Frente a la tendencia «a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se regula por las leyes del mercado», recuerda que «el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y universal». La encíclica también se ocupa de la pérdida de la biodiversidad. Entre los lugares que requieren un cuidado particular, «por su enorme importancia para el ecosistema mundial, o que constituyen importantes reservas de agua», Francisco recuerda «esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares», e invita a no «ignorar los enormes intereses económicos internacionales que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar contra las soberanías nacionales».

El Papa también habla del paulatino deterioro de la calidad de la vida humana y de la degradación social, por ejemplo, en el «crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho insalubres para vivir», tanto por los elevados niveles de contaminación como por el caos urbano. E invita a reflexionar sobre la «inequidad planetaria», recordando que «el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos» y siempre afectan a los más débiles. Estos problemas, amonesta, «no tienen espacio suficiente en las agendas del mundo». Y por ello es necesario recordar que «un verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto el clamor de la tierra como el clamor de los pobres».

La solución, advierte el Papa, no pasa a través de la «reducción de la natalidad», que se pretende obtener incluso con «presiones internacionales a los países en desarrollo». Existe una verdadera «deuda ecológica» entre el Norte y el Sur: «El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra». Es necesario «que los países desarrollados contribuyan a resolver esta deuda» ecológica, «limitando de manera importante el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más necesitados», pues los países más pobres «tienen menos posibilidades de adoptar nuevos modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la capacitación para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los costos».

Estas situaciones exigen un cambio de dirección, un «sistema normativo que incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas». Francisco denuncia «la debilidad de la reacción política internacional» y que «muy fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a manipular la información para no ver afectados sus proyectos».  

«Los poderes económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una especulación y una búsqueda de la renta financiera», y hoy «cualquier cosa que sea frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado divinizado, convertidos en regla absoluta». Con la explotación de los recursos se va creando «un escenario favorable para nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones». Por ello, la política debería estar más atenta, pero «el poder conectado con las finanzas es el que más se resiste a este esfuerzo».

El Papa reconoce que hay diferentes opiniones sobre la situación y diferentes posibles soluciones. Cita dos extremos: los que sostienen que «los problemas ecológicos se resolverán simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni cambios de fondo»; y los que consideran que «el ser humano, con cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta». La Iglesia, en relación con muchas cuestiones concretas, «no tiene por qué proponer una palabra definitiva», «pero basta mirar la realidad con sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común».  

El Evangelio de la Creación  

En el segundo capítulo de la Encíclica, Francisco invita a considerar la enseñanza bíblica sobre la creación y recuerda que «la ciencia y la religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en un diálogo intenso y productivo para ambas», y que para resolver los problemas «acudir a las diversas riquezas culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la espiritualidad». La Biblia «enseña que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios». «No somos Dios. La tierra nos precede y nos ha sido dada»; escribe Francisco, afirmando que la invitación a «“dominar” la tierra» que aparece en el Libro del Génesis no significa favorecer la «explotación salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y destructivo». Estamos llamados a reconocer «cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le da un lugar en el mundo». La acción de la Iglesia no solo trata de recordar el deber de cuidar la naturaleza, sino, al mismo tiempo, que «“debe proteger sobre todo al hombre contra la destrucción de sí mismo”».

El Papa invita a no «igualar a todos los seres vivos» y ni a «una divinización» de la tierra. Francisco critica a los que luchan «por otras especies» pero no actúan de la misma manera «para defender la igual dignidad entre los seres humanos». «Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha por el ambiente».

Una crisis provocada por el hombre  

En el tercer capítulo de la encíclica, el Papa subraya la «raíz humana» de la crisis ecológica, concentrándose en el «paradigma tecnocrático dominante». La ciencia y la tecnología «son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por Dios», pero no podemos «ignorar que la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo poder». Es más, «dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la humanidad». Y es «tremendamente riesgoso» que este poder «resida en una pequeña parte de la humanidad».

«La economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito [...] Las finanzas ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro ambiental», de la misma manera en la que se afirma que los problemas del hambre «se resolverán con el crecimiento del mercado». «Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano integral y la inclusión social».  

Frente a todo esto, la cultura ecológica «debería ser una mirada distinta, un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma tecnocrático». «Lo que está ocurriendo nos pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural [...] Nadie pretende volver a la época de las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la realidad de otra manera».

«Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacitad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado». Y no es «compatible la defensa de la naturaleza con la justificación del aborto». La cultura del relativismo «es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a tratarla como mero objeto [...] Es también la lógica interna de quien dice: “Dejemos que las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía”». Si no hay verdades objetivas ni principios estables, ni los programas políticos ni las leyes son suficientes para «evitar los comportamientos que afectan al ambiente», porque «cuando es la cultura la que se corrompe», las leyes serán consideradas solo como «imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar».  

Francisco después se ocupa de la necesidad de «defender el trabajo» humano, que no debe ser sustituido con el progreso tecnológico. El verdadero objetivo en la ayuda a los pobres «debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo». El Papa recuerda que «las autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva», y para que haya una verdadera libertad económica «a veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y poder financiero».  

Con respecto a la innovación en ámbito biológico, son prudentes los párrafos dedicados a los OGM, sobre los que «es difícil emitir un juicio general». El Papa recuerda que «las mutaciones genéticas muchas veces fueron y son producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la intervención humana son un fenómeno moderno». Reconoce que el uso de cereales transgénicos, «en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento económico que ayudó a resolver problemas», pero también subraya «dificultades importantes que no deben ser relativizadas», que se da «una concentración de tierras productivas en manos de pocos» y la tendencia «al desarrollo de oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su cultivo». Por ello es necesario garantizar «una discusión científica y social que sea responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible». Además es «preocupante», según Bergoglio, «cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación científica», pero al mismo tiempo justifican la experimentación «con embriones humanos vivos».

Para una ecología integral  

En el cuarto capítulo de la encíclica, Francisco insiste en la importancia de un enfoque integral «para combatir la pobreza» y al mismo tiempo «cuidar la naturaleza». «El análisis de los problemas ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares, laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma». El papa habla de «ecología social» recordando que «varios países se rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las poblaciones» y se registran «con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes». Incluso en donde existen normativas sobre el ambiente, no siempre son aplicadas. Francisco después cita «la ecología cultural», y pide atención por las culturas locales. Invita a no «pretender resolver todas las dificultades a través de normativas uniformes» y explica la necesidad de asumir «la perspectiva de los derechos de los pueblos y las culturas», porque «la imposición de un estilo hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los ecosistemas».

El Papa elogia «la creatividad y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad». Y ofrece ejemplos relacionados con las ciudades: los que proyectan los edificios, los barrios y las ciudades deberían servir «la calidad de vida de las personas, su adaptación al ambiente, el encuentro y la ayuda mutua», escuchando el punto de vista de los habitantes del lugar. Francisco indica también el problema de los transportes, de la contaminación provocada por los coches en las ciudades, y la prioridad que debe darse al transporte público, que debe ser mejorado, puesto que en diferentes ciudades se asiste a un «trato indigno a las personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja frecuencia de los servicios y a la inseguridad».

La ecología humana significa también «apreciar el propio cuerpo en su femineidad o masculinidad», por lo que «no es sana una actitud que pretenda « cancelar la diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma». Y no se puede separar de la ecología humana la noción de «bien común» que «presupone el respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables», teniendo en cuenta el desarrollo de los grupos intermedios, a partir de la familia.

¿Cómo actuar?  

En el quinto capítulo de la «Laudato si’», Francisco indica que es «indispensable un consenso mundial que lleve, por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía». El Papa afirma que la tecnología «basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada progresivamente y sin demora», y observa que «la política y la empresa reaccionan con lentitud», además de que «las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no respondieron a las expectativas». Los progresos sobre el cambio climático y la reducción de gases de efecto invernadero «son lamentablemente muy escasos», y esto se debe en parte a «las posiciones de los países que privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global». El Papa advierte de algunas estrategias para combatir las emisiones de gases que afectan a los países pobres con «pesados compromisos de reducción de emisiones», creando nuevas injusticias envueltas «en el ropaje del cuidado del ambiente».

Francisco después alude a un «debilitamiento de poder de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera, de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política», exigiendo «instituciones internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y dotadas de poder para sancionar». Por el contrario cada Estado debe vigilar su territorio e impulsar las mejores prácticas.  

Francisco analiza la política de los gobiernos que, respondiendo a intereses electorales, «no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que puedan afectar al nivel de consumo». Y cita como ejemplo positivo el desarrollo de «cooperativas para la explotación de energías renovables que permiten el autoabastecimiento local», e indicó su deseo de un papel mayor por parte de las organizaciones y de los cuerpos intermedios de la sociedad. El Papa escribe también que es importante uncluir el estudio sobre el impacto ambiental «desde el principio» en cualquier proyecto o programa. Dejando siempre «un lugar privilegiado los habitantes locales, quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos».

Bergoglio recuerda que «la política no debe someterse a la economía» y esta no debe someterse a la tecnocracia. Y sobre la crisis financiera, afirma: «La salvación de los bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto de las finanzas», que solo podrá generar crisis. Francisco invita a «evitar una concepción mágica del mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos». Frente al «crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha», aceptando «cierto decrecimiento en algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente en otras partes». Bergoglio observa que «el principio de maximización de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una distorsión conceptual de la economía» y que «hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos Estados». Después subraya «la importancia del aporte de las religiones» en la solución de los problemas económicos, sociales y ambientales.  

Una espiritualidad ecológica  

En el último capítulo de la encíclica, Francisco invita a apostar por otros estilos de vida, para evitar que las personas acaben arrolladas por un «mecanismo consumista compulsivo» que es «reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico», en el que se hace «creer a todos que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir», cuando, en realidad, la libertad solo es la de la minoría «que detenta el poder económico y financiero». «La obsesión por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca».

Pero el Papa invita a considerar lo positivo que existe y a tener en cuenta la posibilidad que tienen los hombres de «volver a optar por el bien y regenerarse». Un cambio en los estilos de vida puede «ejercer una sana presión sobre los que tienen poder político, económico y social», como «ocurre cuando los movimientos de consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a considerar el impacto ambiental y los patrones de producción».

«La conciencia de la gravedad de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos», porque nos encontramos sobre todo ante un «desafío educativo». Y hay que comenzar con las pequeñas decisiones cotidianas. El Papa recuerda el papel educativo de la familia para el cuidado de la vida y para el uso adecuado de las cosas. Y, si «a la política y a las diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la población», esta también es una labor de la Iglesia: Francisco espera que también en los seminarios y en las casas religiosas de formación «se eduque para una austeridad responsable».

El Papa pide una «conversión ecológica», que reconozca el mundo «como don recibido del amor del Padre». La espiritualidad cristiana «propone un modo alternativo de entender la calidad de vida [...] capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo». Y «propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco». La ecología integral exige «una actitud del corazón, que vive todo con serena atención». Francisco sugiere, por ejemplo, «detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas», invitando a saber contemplar el misterio «en una hoja, en un camino, en el rocío, en el rostro del pobre». Y en este punto cita en una nota, por primera vez en una encíclica papal, al maestro espiritual islámico sufi Alí Al-Khawwas. El Papa concluye su encíclica proponiendo dos oraciones: una «por nuestra tierra» y otra «con la Creación».

17 Junio 2015

Fuente:

http://vaticaninsider.lastampa.it/es/vaticano/dettagliospain/articolo/enciclica-encyclical-ecologia-ecology-ecologia-41811/

Para descargar el PDF hacer click aquí:

https://www.aciprensa.com/noticias/texto-completo-la-enciclica-laudato-si-del-papa-francisco-en-pdf-y-version-web-64718/

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